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El desborde del Río de Las Minas es amenaza constante para Punta Arenas

cronica
29/03/2015 a las 17:44
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Las recientes imágenes del desborde de ríos secos por décadas sobre ciudades esencialmente dependientes de actividades mineras; las carreteras cortadas; puentes destrozados y, por sobre todo, el doloroso saldo de miles de viviendas destruidas y decenas de muertos y desaparecidos, hicieron que los residentes de Punta Arenas recordaran los sucesos de 1990 y de 2012, provocados por el desborde del casi siempre pacífico Río de Las Minas.

Es que el agua de los ríos es un riesgo permanente, más aún si, en circunstancias imprevisibles, sus caudales crecen en forma desmesurada por  efecto de abundantes precipitaciones de lluvia, en el norte, y de nieve, en la cuenca del río que cruza la capital de la Patagonia.

En ciudades como Copiapó, Antofagasta, Alto del Carmen, El Salado, Chañaral, Tierra Amarilla, Diego de Almagro (¿se acuerdan que se llamaba Pueblo Hundido?), Tocopilla, Tal Tal y Vicuña, la lluvia es un acontecimiento bienvenido cuando los treinta milímetros anuales se precipitan, por decirlo con humor, en cómodas cuotas y en las estaciones que corresponde.

Pero cuando esa misma lluvia anual cae en poco más de 24 horas, sus efectos son letales: muerte, destrucción, aislamiento, ingentes gastos en paliar los efectos, primero, y reconstruir, después, viviendas, escuelas, consultorios, puentes, caminos, carreteras, muchos de ellos cubiertos por el barro y las rocas que los sorpresivos torrentes con orígenes cordilleranos arrastraron hasta dónde era impensable.

1990 y 2012

Los habitantes de Punta Arenas saben muy bien cómo es esa situación porque en 1990  y en 2012, el Río de Las Minas se desbordó y demostró que la fuerza de la naturaleza es incontrolable.

En ambos casos, las lluvias persistentes y, (en 1990), la acumulación de nieve que, posteriormente se derritió, hizo que la cuenca del río, estimada en miles de hectáreas de bosque nativo y con altura de hasta cerca de mil metros, desaguara por el cauce del río que cruza la ciudad.

El centro de Punta Arenas; los barrios Croata y Playa Norte se vieron cubiertos por agua lodosa, piedras, rocas de gran tamaño, troncos, desperdicios de todo tipo y, lo que fue peor, las aguas servidas del sistema de alcantarillado.

Viviendas, oficinas, establecimientos comerciales, edificios públicos y privados, vehículos de todo tamaño, fueron golpeados, anegados, arrastrados, destruidos, por la fuerza de las aguas que comenzaron a bajar desde la tarde del 11 de marzo hasta la tarde del día siguiente y, como la Costanera del Estrecho sirvió de muro de contención, no pudieron llegar al mar.

Ambos aluviones obligaron a utilizar maquinaria pesada, de los servicios públicos y empresas privadas; personal de las Fuerzas Armadas; Bomberos; de los servicios públicos y municipales, pero la solidaridad magallánica dio un ejemplo de solidaridad y sacrificio: centenares de estudiantes se sumaron a la tarea de ayudar a los damnificados, en lo que fuera, a despejar el barro, a limpiar las escuelas y liceos anegados por el agua lodosa y maloliente.

La normalidad volvió al cabo de largos meses, pero, por fortuna, el rostro urbanístico de los barrios afectados y de muchas de sus residencias, fue reconstruido, mejorado y hasta rejuvenecido gracias al esfuerzo de sus dueños, del apoyo de las autoridades, a los trabajos de repintado e instalación del milagroso “vinyl sinding”.

 

Prevención

La diferencia de los aluviones de Punta Arenas con los del norte del país es que aquí  no hubo ni muertos ni desaparecidos, excepto, unos pocos lesionados.

Pero el río no puede ser erradicado.

Urge, pues, acentuar la vigilancia acerca del estado real de su cuenca hidrográfica; si el cauce está despejado, desde lo más alto posible hasta la orilla del mar; si no hay basura acumulada en riberas que pudieran ser alcanzadas por las aguas de una eventual crecida; si los medios humanos y materiales están disponibles en caso de emergencia; si existe una planificación adecuada y los equipos de comunicaciones estarán prestos y si habrá sistemas de apoyo a eventuales damnificados.

En fin: alguien escribió hace unos días en Diario El Pingüino que el Río de Las Minas “es un dragón que está dormido”.

Los hechos registrados en la zona norte, con su trágico saldo de muertes, angustias, dolor y millonarios daños, deben, o debieran, servir a las autoridades, a la Onemi, al municipio, a organismos tan importantes como la Cruz Roja y Bomberos, como un toque de atención.

No vaya a ser cosa que ese dragón del columnista  sea despertado por lluvias más intensas que las habituales o por el derretimiento de la nieve que pudiera caer más en otoño–invierno.

Y si no se adoptan las medidas pertinentes y se produce otro aluvión, será tarde para recriminarse o culpar a otros por lo que no se hizo, se dejó de hacer o se olvidó de realizarlo.-


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