Una imagen que no es “turística”, precisamente, puede apreciarse en la calle Carrera Pinto, a escasa distancia de la calle Magallanes, en dirección al mar, y que debiera golpear la conciencia de todos.
Es que no es frecuente que dos, tres o más “personas en situación de calle” (un eufemismo para denominar a los mendigos, a los menesterosos, a aquellos que no tienen a dónde ir o no quieren ir donde podrían dirigirse porque su afición al alcohol y a la libertad que otorga la vagancia se los impide) se refugian en una construcción destinada a acoger a los pasajeros de la locomoción colectiva que se dirigen hacia Playa Norte o hacia la Población Las Naciones o al Barrio Croata.
Pero, como se afirma, la realidad siempre será más fuerte que la mejor ficción.
Y allí están cada mañana, desde hace ¿una semana? ¿Tres días? ¿Desde ayer?
¿O han estado siempre y por las razones que quieran darse, la comunidad los invisibiliza, es decir, no los ve, los ignora o mira hacia otro lado cuando los divisa más adelante de sus pasos?
Pero están allí.
Arropados con vestuario que alguna persona o institución de caridad les regalara cuando los vieron o ellos la pidieron en momentos de lucidez.
Se les ve abrigados por sus inseparables perros, tan amantes de la calle como sus amos ¿temporales?
Duermen sobre cartones, inventando murallas de madera recogida en algún lugar o sobre colchones que alguien lanzó por ahí, para deshacerse de una basura molesta, que los camiones recolectores no se llevan en su diario bregar por calle, avenidas y pasajes de los barrios de Punta Arenas.
Se alimentan con lo que pueden conseguir: restos de comida de algún restaurante; pancito con fiambre y queso, que compran con lo que el diario “macheteo” les reporta.
Beben “a morro” de las cajas de vino, de preferencia blanco, el cual adquirieron, ante la mirada de reproche de quienes compartieron la fila del supermercado cercano o de las “boticas” y “clínicas” que los proveen de esa medicina alcohólica que los mantiene vivos y que se guardan las monedas entregadas de mala gana.
Hay un “Plan Invierno”, de la Seremi de Desarrollo Social; una hospedería que los acoge, pero sus cupos son limitados, y entidades con “personas de buena voluntad” que, por las noches, les entregan algo de comida caliente, pan y café y que lo hacen como debieran hacerse todas las obras caritativas: en silencio, sin que la mano izquierda sepa lo que hace la derecha, sin ostentación de hacer el bien.
Y allí están aquellos, que algunos afortunados en salud, familia y medios, llaman, a veces, “lo que botó la ola”, pero cuya presencia, especialmente en estos días, en cuyas noches el frío ya está presente, recuerda el mensaje cristiano: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, invitando a “ser el primero en servir y el último en ser servido”, porque la vida tiene muchas vueltas y esos mendigos, alguna vez, fueron hermosos recién nacidos; tuvieron familia, pero los golpeó la vida que eligieron y fueron víctimas del alcohol.