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opinion
16/07/2017 a las 21:45
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Nuevamente la Región de Magallanes fue gratamente “invadida” por los familiares de aquellos jóvenes y señoritas que cumplen con su Servicio Militar en estas lejanas tierras. Es un hecho a destacar, dentro de lo que ha de ser la historia militar magallánica.

Columna / Análisis / Nelson Cárcamo Barrera Profesor

Un hecho que se generó en la sierra peruana, hace exactamente 135 años y en donde un grupo de valerosos soldados, liderados por quien no dudó ni un solo instante en afrontar las circunstancias tal como se presentaban, no imaginó jamás y menos las generaciones venideras, hasta hace algún par de años atrás, que la ceremonia solemne del juramento a la bandera, provocaría en el lugar más recóndito y austral del país, el traslado desde diversos puntos del país; de padres, madres y familiares de jóvenes soldados  para presenciar el acto solemne de juramento en honor de aquel emblema por el cuál ellos ofrecieron en sacrificio, sus vidas.

La historia nos señala de que forma transcurrió la batalla, la desigualdad de las fuerzas, el abatimiento por parte de la compañía. . . pero también nos comenta de la bravura, la valentía del espíritu, de unidad y lealtad asumida por parte de todos los integrantes y a los que se sumaban con el arrojo que les caracteriza, las mujeres que les acompañaban. Todo en sí, conformaba el escenario propicio para montar y expresar la escena más sublime del arrojo y valor de nuestros soldados en tierra extranjera.

Cabe mencionar que quienes lideraban al momento del asalto al cuartel, tenían un promedio de edad que no superaba los 22 años; Cruz-Martínez no cumplía aún los 16. Pero el compromiso asumido con la patria, sus valores, tradiciones y el amor incondicional a esa bandera que flameaba en la humeante torre de la vieja y acribillada Iglesia; era el aliciente permanente que mantenía viva la esperanza y las fuerzas, que a decir verdad, en algún momento amenazaban con abandonarles. Pero ni aquello, ni menos el enemigo, lograron doblegarles. Las continuas intimidaciones para rendirse, ofreciéndoles respetar sus vidas no cautivaron en ningún momento su interés por sucumbir al ofrecimiento del enemigo, por sobre todo, estaba el honor; y aquello., desde Caupolicán, Fresia, Lautaro y Galvarino, se vende a un muy alto precio.   

Por lo tanto, lo experimentado por los familiares de aquellos (as) que sellaron con su juramento la lealtad y disposición a servir a la patria, deben sin lugar a dudas retornar a sus hogares, con un dejo de satisfacción y orgullo por lo presenciado.

Este 9 de julio, pasa a incorporarse al álbum de los recuerdos familiares, pero con una connotación distinta, diferente y que vincula todo un acontecer histórico, social y en donde el hijo, la hija, nieto (a) asume un rol protagónico. Y seguramente, ha de constituirse en el tema obligado de las conversaciones íntimas y familiares destacando todo lo experimentado en las horas que permanecieron en la región más austral del país.

Creemos y sin lugar a equivocarnos, que el Ejército de Chile ha dado muestras claras y convincentes, que continúa en la senda señalada por el prócer y en donde en ocasiones señalará el objetivo de la institución militar en tiempos de paz:  Servir a la comunidad prestando todo a su alcance para contribuir a su desarrollo. Hoy., bajo el flamear de la tricolor, ondeada por el viento austral y  en el eco que perdura en el ambiente de esas voces que fuerte y claro juraron por Dios y por esa bandera,  servir fielmente a la patria,  no importando el escenario que corresponda hacerlo;  se renuevan las esperanzas y confianzas en quienes asumen esa responsabilidad sublime de ser soldados valientes, honrados y por sobre todo hasta rendir la vida si fuese necesario. . .  gracias al Ejército por provocar el reencuentro de padres e hijos en el marco de ésta solemne ceremonia dedicada a la bandera.

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