Las propuestas de los candidatos regionales a parlamentarios son una invitación a un viaje por el tiempo, desde reponer la ley Lorca hasta los interminables proyectos de leyes de excepción para Magallanes, las posturas regionalistas infundadas y de un cuanto hay, lo cierto es que al menos carecen de imaginación, en un país para el cual las prioridades están claras –crecimiento económico con equidad-, como señaló el Presidente Lagos, lo demás es música, pero además en Magallanes es de la mala, pura cultura guachaca.
No resulta extraño que los jóvenes no voten, que no se encanten con la política, no están para votar a relicarios, para presenciar cada cuatro años esta suerte de confrontación entre el pasado, la nostalgia por un tiempo y experiencias que le son desconocidas y sus expectativas, en que se reduce el debate al retorno ideal o al triunfo de una modernidad plena de logros y contenidos que les son igualmente ajenos.
La invitación a reconstruir el pasado o al menos visitarlo, no les convoca. El pasado no los interpela, no los representa. En cambio, en el electorado de la tercera edad, invocar el pasado siempre agita la nostalgia, como emoción básica, que les permite al menos cada cuatro años evadir el presente e ilusionarse con el próximo bono de invierno.
Se confrontan los guardianes del pasado con la generación 2.0, que nos invita a un salto al vacío, a un futuro que no reconoce la historia, que tampoco esboza con proyectos realizables, sino que nos remite al optimismo endémico que repudia el pasado. Estos futurólogos, algunos crecidos, olvidan la certera definición que entrega Woody Allen, sobre el futuro, como –el lugar en el que vamos a vivir el resto de nuestras vidas-. Por tanto el único espacio que tenemos para proyectar necesidades, expectativas, inclusive ilusiones, pero a sabiendas de que, en algún momento se deberán confrontar con la realidad.
En esta elección asistimos a las mismas ofertas, todas están agrias, no llegó ni calidad de la educación, ni pensiones, ni un millón de empleos de calidad, ni más libertades públicas, ni nueva Constitución. Asistimos al triste recordatorio que existe una agenda común, algo así como el decálogo para políticos rascas, en que basta hablar de corrido, construir un discurso sobre la seguridad ciudadana, ofertar seguridad pública, calidad de la educación, salud, pensiones, leyes de excepción, empleo, probidad o corrupción y otros espacios comunes sobre los cuales construyen dos o tres consignas elementales, no existe un proyecto de Gobierno que articule nada, da lo mismo Chana que Juana.
Con la bajada de Ricardo Lagos, se obvió el debate de fondo, la enseñanza de Karl Jaspers – no someterse a lo pasado ni a lo futuro. Se trata de ser enteramente presente-. No es posible reconstruir el pasado, atraparlo y poner sus hechos y personajes en un relicario, pero si es factible construir un futuro y darnos la oportunidad de un mejor final, que en este horizonte parlamentario se ve lejano.