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Claudio Carrera Doolan, sicólogo forense y exinvestigador policial:

“En Punta Arenas 1.250 personas podrían ser sicópatas”

columnistas
16/09/2018 a las 12:30
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La impactante cifra que entrega el especialista magallánico se basa en los estudios del reputado sicólogo canadiense Robert Hare, quien sostiene que el 1 por ciento de la población mundial es sicópata.

El sicólogo forense Claudio Carrera Doolan, excapitán del OS7 de Carabineros y actual administrador del Cementerio Municipal Sara Braun de Punta Arenas, escucha con atención cada una de las preguntas mientras escudriña a su alrededor tras los lentes ópticos.

Han transcurrido 17 años desde que apuntó certeramente que las niñas desaparecidas en el polvoriento y desértico sector de Alto Hospicio en Iquique podrían haber sido víctimas del actuar frío y calculador de un individuo de rasgos sicopáticos, de un asesino serial.

Nadie le creyó. Algunos se burlaron irónicamente de él. Por qué creerle, si no había ninguna evidencia que apuntara a hacia algo distinto que la huida de unas adolescentes en búsqueda de una vida fácil y licenciosa al otro lado de una frontera siempre caliente y promiscua.

El joven oficial, en ese entonces también alumno de quinto año de Psicología, hablaba de los resultados que le mostraba una técnica criminalística relativamente nueva y escasamente conocida y aplicada en el ámbito investigativo chileno: la autopsia sicológica.

Casi dos décadas después de los luctuosos hechos, Carrera Doolan nuevamente fue recordado y alcanzó notoriedad luego de la exhibición en las pantallas de Mega de la electrizante serie “La cacería: las niñas de Alto Hospicio”, cuya trama -a veces fiel a lo ocurrido en la realidad, a ratos ficcionada- lo tenía a él como protagonista.

Incluso la revista Sábado de El Mercurio, donde lo entrevistaron en la víspera del estreno de la producción nacional, consignaron que “llevaba 11 años de servicio en el OS7 de Carabineros cuando, en 2001, mientras en paralelo estudiaba Psicología, le encomendaron buscar a seis de las 14 jóvenes perdidas, de quienes se decía que estaban prostituyéndose en Perú. Se pasó un mes y medio recorriendo todos los prostíbulos hasta llegar a Arequipa, pero no encontró ninguna pista certera. Al regresar a Chile pidió viajar a Alto Hospicio para conversar con los familiares”.

Y prosigue: “Sus superiores aceptaron, pero solo le dieron un día para hacer las entrevistas. Carrera llegó a la ciudad y entonces, a cada uno de los padres, les hizo la pregunta: ¿cuál es la prenda favorita de su hija? Los padres, a modo de respuesta, regresaban con poleras planchadas, alcancías con dinero, y medallitas de primera comunión.

Carrera pensó: ‘Nadie se va de la casa sin las cosas que atesora’. Y en ese instante tuvo una revelación: era posible que las mujeres no estuvieran desaparecidas, sino que fueran víctimas de un asesino en serie. En cinco de los seis casos estaba seguro de que las jóvenes estaban muertas”.

- Claudio, terminó la serie, ¿qué sensación le dejó?

“Hay varias cosas que pasan después de casi 17 años de lo que me tocó hacer. En los casos de personas desaparecidas uno tiende a construir la imagen del que busca. En el caso de las niñas también, fue como revivir nuevamente esa desesperanza, la inquietud de buscar a alguien con la urgencia de que no está.

También me refrescó la relevancia que tiene la sicología forense al servicio de la investigación criminal. Yo soy un convencido, estuve 24 años en Carabineros, de que muchos de los resultados de la investigación criminal podrían tener otro desenlace, tal vez incluso antes, si existiese otro tipo de profesionales del área de la conducta humana en los equipos investigativos.

A estas alturas de mi vida, tal vez también un poco de molestia y rabia por no haber podido hacer algo antes. En esa época había mucha indiferencia respecto de lo que yo estaba haciendo, sin duda desconocimiento. Porque hoy día hablar de sitio del suceso, sicología del testimonio o de victimología, perfiles criminales, tal vez puede ser más habitual, pero en 2001 era muy difícil poder establecerlo”.

- Desde su experiencia, ¿qué factores son los que más influyen en los crímenes?

“La construcción de la moral es un proceso que se plantea de forma muy temprana, hay algo en el cerebro humano que lo percibe así. Si hablamos de que un niño de diez años sabe lo que hace, lo sabe. De hecho, en Inglaterra se ha bajado la responsabilidad penal a diez años, a raíz de un caso donde dos niños de esa edad mataron a uno más pequeño.

Las personas tenemos la capacidad de representarnos un acto y medir sus consecuencias, eso uno lo sabe. Ahora, por qué algunas personas tienen ese proceso más debilitado, tiene que ver con aspectos culturales y sociales. En algunos casos la violencia tiene que ver con lo pasional, donde el descontrol de impulsos es tan potente que sobrepasa la capacidad de control y la persona termina cometiendo un acto criminal en forma única y fortuita”.

- ¿Qué espacio ocupan en esto los sicópatas?

“En algunos casos, puntualmente, podemos hablar de sicopatía, aunque son los niveles menores. El sicólogo canadiense Robert Hare, investigador de renombre en el campo de la sicología criminal, dice que el 1 por ciento de la población mundial es sicópata, y de acuerdo con los estudios que él ha desarrollado, podríamos decir que si Punta Arenas tiene alrededor de 125 mil habitantes, 1.250 de ellos serían sicópatas. Ahora, el sicópata en general es un abanico de posibilidades.

Algunos de ellos cometen estafas y no les interesa ponerse en el lugar de la víctima. En ese plano están Juan Pablo Dávila, con sus operaciones de futuro, Rafael Garay, que siempre tuvo la idea de defraudar. Los más dramáticos, que son la minoría de los casos, su elemento de placer está en el abuso sexual, en el sometimiento de un otro, y que va escalando en el tiempo, porque necesita de mayores estímulos para obtener el mismo placer”.

- Cada cierto tiempo somos testigos de la ocurrencia de hechos terribles en Magallanes. ¿A qué se debe eso?

“Esta sociedad magallánica nació de una colonia penal, condición que mantuvo hasta el año 1877, que pasó a ser territorio de colonización. Después del motín de los artilleros hubo un cambio en la sociedad, pero antes era eso, agresiones, violaciones, muchos hechos violentos. Si uno revisa los libros del cementerio, se encuentra con información como murió apaleado, murió de un balazo.

Las muertes eran bastante frecuentes, era como el Far West, una sociedad rural y violenta. Además, donde el trabajo bruto era bien visto, porque ese era el que producía. Otro dato, las primeras diez meretrices llegaron alrededor de 1875, tal vez un poco antes, cuando arriban los primeros barcos con buscadores de oro. Don Mateo (Martinic) lo señala en su libro que aborda los primeros cincuenta años de la colonia, fueron diez ciudadanas uruguayas, que venían siguiendo a los que se habían embarcado en San Francisco.

Había mucho consumo de alcohol, era una ciudad puerto, paso obligado antes de la creación del canal de Panamá. Hacia 1871 había cerca de 1.200 personas, de 20 países diferentes. Nosotros heredamos eso, son discursos no dichos, pero que están en el inconsciente colectivo de la sociedad magallánica también. La criminalidad nuestra pareciera ser larvaria, como que está guardada, esperando que en algún minuto se desate, descontrolada, como un frenesí de violencia que luego se tiende a apaciguar”.

Corolario

Dos días después de la entrevista, Claudio Carrera me contacta, quizás recordando lo ocurrido casi dos décadas atrás. Esta vez no quiere dejar cabos sueltos en su argumentación. Me dice, con tono pausado y seguro, “en cuanto a lo que habíamos hablado, me parecía conveniente mencionar que mientras el sistema jurídico-policial entienda las teorías criminales para explicar el delito, solamente por la georreferenciación de los hechos denunciados o el dato estadístico, sin analizar el sitio del suceso, el estudio de las víctimas o los modus operandis, la posibilidad de disminuir o predecir la conducta criminal será solo una pretensión y no una certeza”.

Y remata -casi como exorcizando o en una especie de sahumerio que espante las dudas y culpas de no haber podido hacer más en el caso de las adolescentes asesinadas en el norte- “finalmente, la pregunta hoy, mirando el informe hecho en ocho horas en la localidad de Alto Hospicio el 13 de septiembre de 2001, cuando era un alumno de quinto año de la Universidad Bolivariana, es ¿qué habría pasado si un sicólogo forense hubiese viajado en 1999 a Alto Hospicio y entrevistado a las familias de las niñas, cuántas futuras víctimas estarían vivas hoy?”.


@JoséBenítez

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