El 4 de diciembre de 1967 a las 10:00 horas, el AP Piloto Pardo, capitán de fragata Carlos Borrowman Sanhueza, efectuó el relevo de la dotación de la base “Pedro Aguirre Cerda” (base “PAC”) de la Fuerza Aérea de Chile (FACH) en la caleta Péndulo de la isla Decepción.
El personal relevado fue trasladado en los helicópteros navales al Pardo, quedando en la base la comisión interventora, la brigada de reparaciones, la nueva dotación para 1968 y dos sismólogos del INACH, 27 hombres en total. La otra nave chilena que estaba en el área era el AGS Yelcho, capitán de corbeta César Vásquez Wacquez. El Pardo zarpó a las 14:40 horas con rumbo a la isla Livingstone, para inspeccionar con los helicópteros el campamento de tres geólogos del INACH dejados allí el 29 de noviembre.
En el momento del zarpe ocurrió un fuerte temblor de tierra, más violento que los experimentados con anterioridad. A partir de las 15:00 horas, el promedio de la frecuencia de los sismos de intensidad grado cinco o superior creció de 4 a 5 por minuto.
Aproximadamente a las 18:40 horas ocurrió un severo terremoto y una erupción volcánica vecina a la costa, frente a la bahía Telefon, cercana a la base chilena en caleta Péndulo. La columna de humo negro y ceniza volcánica se elevó por sobre los 2.500 metros de altura y a medida que se fue agrandando avanzó sobre la base “PAC” por efecto del viento reinante, constituyendo un espectáculo impresionante, a la vez que pavoroso.
Treinta minutos después, el área estaba sumergida en la oscuridad. Este fenómeno destruyó las instalaciones, tanto las británicas de la base “John Biscoe” en la caleta Balleneros, como las chilenas de la base “PAC” en la caleta Péndulo. Era necesario rescatar con vida a los hombres de ciencia y a los integrantes de las dotaciones que habían abandonado sus bases. La base británica, a 6 kilómetros de la chilena, lanzó una llamada de socorro y echó sus botes al agua. Las dos naves de la flotilla antártica chilena, Pardo y Yelcho, se encontraban en las cercanías, alejándose de la isla. La erupción fue avistada por el Pardo, que en ese momento se encontraba a nueve millas al NE de la isla Decepción.
Inmediatamente gobernó para acercarse a investigar, experimentando durante su marcha una intensa lluvia de ceniza volcánica que obscurecía el horizonte. Desde ambos buques la visión era aterradora: podía verse un hongo de cenizas que se elevaba y que alcanzó en pocos momentos cerca de 2.500 metros de altura, mientras dos tercios de la isla se cubrían de lodo y lava, con un intenso olor a azufre.
El Pardo regresó a la isla. Al llegar a los Fuelles de Neptuno, la nube alcanzaba a los 10.000 metros de altura y cubría completamente la isla. Ceniza, piedras, humo y gases saturaban la atmósfera, haciendo pensar que no quedaban supervivientes. En la base “PAC”, la lluvia era de lodo y lava con intenso olor a azufre. Testigos oculares vieron caer trozos incandescentes; cerca de la base cayó uno de aproximadamente 15 kilógramos de peso de lava sólida; y sobre el sector norte de puerto Foster, parcialmente cubierto por la banquisa, cayeron rocas de cerca un metro cúbico de volumen.
El escenario se tornó en extremo peligroso y, si se quiere, dantesco, al no poder preverse su término. El personal de la base trató de comunicarse por radio, llamando en diversas frecuencias, siendo captado en telefonía por el Yelcho. Se contestó su llamado sin obtener respuesta, pues a las 19:00 horas el comandante de la base había ordenado cortar el poder eléctrico, en prevención de posibles incendios.
La erupción continuó con algunos ruidos subterráneos, aunque sin movimientos de tierra. Aproximadamente a las 19:40 horas calmó la lluvia de piedras y lodo, persistiendo después una de granizo con polvo volcánico, que en una hora o menos cubrió toda la isla con una capa barrosa de un metro y medio de espesor, mientras el agua de la bahía hervía y emanaba gases sulfurosos.
El nivel del mar en la caleta Péndulo experimentó fluctuaciones de unos dos metros de amplitud a intervalos de dos minutos. El personal de la base puso en funcionamiento nuevamente el grupo electrógeno para activar la radio estación. Con ello, se estableció contacto en telegrafía con el Yelcho. Los radiotelegrafistas lograron establecer comunicación con la base chilena y, ante el inminente peligro, se dio la orden de trasladar al personal a la base británica "Biscoe", desde donde se intentaría el rescate. En esos momentos pudo observarse claramente desde la base que la falla de la corteza terrestre avanzaba paulatinamente hacia el NE, sobre sus instalaciones, situación que hacía necesario evacuarla. Se dio aviso entonces que el personal partía hacia la base inglesa.
Se proveyeron de los elementos de abrigo más indispensables, incomunicaron todos los servicios internos y, a las 20:40 horas, iniciaron el desplazamiento. Los chilenos se alejaron caminando en dirección al refugio británico. Durante el penoso recorrido se desencadenó una tormenta eléctrica y se hizo más intensa la lluvia de ceniza volcánica, haciendo más alarmante la situación. No obstante, todo el personal llegó a la caleta Balleneros después de dos horas martirizantes, en perfectas condiciones, aunque agotados.
El jefe de la base británica, Phillip G. H. Myers, en contacto de telefonía permanente con el Pardo, informó de inmediato esta novedad. En esa base cayeron unos dos y medio metros de ceniza volcánica y granizos del porte de un huevo de gallina y las fluctuaciones de marea fueron de un metro y medio de amplitud, con cinco minutos de intervalo entre pleamar y bajamar, ocasionando fuertes corrientes en los Fuelles de Neptuno que hacían imposible cualquier empleo de embarcaciones menores.
En los buques la visión era aterradora, pavorosa: el hongo de ceniza se mantenía a unos 10.000 metros de altura y la isla cubierta en sus dos tercios. Las pantallas de radar presentaban una mancha irregular que, naciendo de la isla, abarcaba unas 12 a 15 millas hacia el este y entre 6 a 8 en el sentido norte sur. Durante la tempestad eléctrica que acompañó al fenómeno, al Yelcho le cayeron dos rayos, uno en la proa y otro en el palo de popa, sin consecuencias, y en ambos buques se acumuló una capa de ceniza sobre cubierta y puente de cinco centímetros.
Por ese motivo debieron arrojar al mar algunos tambores de combustible que llevaban en cubierta, para evitar explosiones de alcances imprevisibles. Era imposible acercar el buque a la costa. La bahía interior estaba en ebullición, soplaba un vendaval de 40 nudos y las constantes explosiones lanzaban al aire una lluvia de piedras y lodo. Mientras tanto, el jefe de la base británica, Philip G. H. Myers, en comunicación radial con el Pardo, recomendaba que esta unidad no entrara en la bahía de isla Decepción, ya que peligraba seriamente su seguridad. No obstante la advertencia, el comodoro del Grupo de Tarea Antártico, capitán de navío Boris Kopaitic O'Neill, ordenó acudir presurosos al rescate. Durante toda la noche, el Pardo se mantuvo frente a la isla, soportando una lluvia constante de cenizas y piedras que tapizaron la cubierta.
La presencia del hongo provocó una tempestad eléctrica que anuló las comunicaciones por radio, aunque hacia el amanecer se escuchó una transmisión de la base británica informando que habían llegado los chilenos. A las 03:00 horas se dio la orden de proceder con el salvamento. Tuvieron que emplearse helicópteros, pues la marea oscilaba violentamente entre uno y dos metros.
Las condiciones meteorológicas eran malas, con un viento de treinta nudos
de velocidad, un enrarecimiento de la atmósfera que dificultaba la recepción
radiotelegráfica; la visibilidad escasa y ventisca de nieve que se sumaba al polvillo
volcánico. Todo ello obligó a las dos naves reunidas a mantenerse en movimiento
durante el resto de la noche y la madrugada del día 5 en las proximidades de los
Fuelles de Neptuno.
Sólo poco después de las 07:00 horas de ese día se fondeó en las cercanías de la entrada de esa herradura que forma la isla Decepción y con los dos helicópteros del Pardo, piloteados por los tenientes primeros Fredrick Corthorn Besse y Héctor Higueras Ormazábal, que despegaron a las 07:17 horas desde la cubierta de vuelo del Pardo, se inició la tarea de rescate.
La situación para esos pequeños aparatos era en extremo seria, pues operaban en una atmósfera enrarecida, en una nube de polvillo volcánico, expuestos en cualquier momento a nuevas erupciones volcánicas, que ningún ser humano podía predecir, con sus equipos de radio sin contacto con el Pardo y con una visibilidad mínima, casi ciegos. Pero estos obstáculos fueron salvados con éxito y llegaron a la base inglesa, desde donde regresaron con dos hombres cada uno por viaje.
Durante una hora y cuarenta minutos de tensa y anhelante expectación, donde más de uno se encomendó fervorosamente a la ayuda de los poderes divinos, a los cuales se acude normalmente cuando la situación se torna apremiante, fueron recibidos con imponderable alivio a bordo del Pardo, nave que, a su vez, permanecía sometida a fuertes balances por la inusitada marejada, los 26 chilenos y los 15 ingleses desde la base de caleta Balleneros, los primeros, que habían obligadamente abandonado la base “PAC” y los segundos, que también habían estado en inminente peligro de sus vidas.
La prioridad en el rescate fue, como era de esperar, para los británicos. Sin poder mantener contacto por radio entre ellos, los dos helicópteros del buque debieron volar en medio de la turbulenta lluvia volcánica que no permitía visibilidad alguna y que amenazaba con averiar y hacer caer los helicópteros. No obstante, en repetidos viajes y en medio de una atmósfera enrarecida y con visibilidad mínima, se salvó a todos los hombres de ciencia e integrantes de las dotaciones, tanto británicas como chilenas, 41 hombres en total, que se daban por perdidos.
Todos fueron rescatados ilesos por la heroica acción de los helicópteros
chilenos, cuyos pilotos, con clara conciencia de su deber, cumplieron
exitosamente la orden, a sabiendas de que en cada vuelo exponían sus vidas.
Terminada la operación de salvamento, los buques se dirigieron a toda máquina a
apoyar el rescate de la dotación de la base argentina.
Más, era todavía necesario evacuar a los componentes de la base del destacamento argentino en la isla Decepción, que también habían abandonado su refugio hacia la rada Pingüinera, en la parte exterior de la isla, en su extremo SW, donde podían obtener mayor seguridad ante el fenómeno plutónico. El Pardo y el Yelcho partieron de inmediato a ese punto y en su derrota alcanzaron al transporte argentino Bahía Aguirre, con el cual se había establecido contacto radial y que se dirigía a ese mismo lugar para evacuar a sus compatriotas, de quienes había recibido señales de auxilio.
Los tres buques se mantuvieron frente a la rada Pingüinera y el Pardo ofreció la cooperación de sus helicópteros, que fue amablemente agradecida por el comodoro de la flotilla argentina, capitán de navío Jorge Alberto Ledesma, pero esta ayuda no fue necesaria pues el transporte Bahía Aguirre llevaba su propio helicóptero con el cual procedió al rescate en condiciones muy favorables. Luego, el comodoro argentino y su jefe de estado mayor visitaron el Pardo para agradecer, en elogiosos conceptos, a su colega chileno y al comandante del Pardo, su ofrecimiento de ayuda.
Una vez que ellos dejaron el buque insignia
chileno, el Pardo y el Yelcho zarparon a puerto Soberanía, con los ingleses y
chilenos rescatados.
Esa misma tarde se coordinó con la nave británica Shackleton una reunión
en Soberanía para entregarles los evacuados de la base inglesa. Ese buque había
zarpado desde puerto Stanley, en las islas Falkland, en auxilio de sus
compatriotas para llevarlos a esas islas y, luego, a Inglaterra.
En enero de 1968, el Pardo volvió a Decepción para investigar el alcance del fenómeno y los daños sufridos en la base. La erupción había levantado una isla en la bahía Telefon, de 1.250 metros de largo, orientada de SW a NW, 70 metros de altura y 500 metros de ancho, con tres cráteres, el mayor de los cuales de 200 metros de diámetro, que aún continuaban emanando vapor y gases sulfurosos.
En la costa NE de puerto Foster se había formado otro cráter a 1,5
millas náuticas de la base chilena, de 400 metros de largo y 200 de ancho. El
Yelcho efectuó un completo sondaje de puerto Foster y constató que no había
variaciones batimétricas considerables, inclusive en las cercanías de la nueva isla
producida por la erupción.