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Análisis: El Espectador

Los graves problemas de Chile

opinion
25/04/2021 a las 09:29
Pinguino Web 1
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Nadie actúa dentro de sus facultades conforme al marco jurídico que como país y democráticamente nos hemos dado.

Desde octubre de 2019 estamos en un país absolutamente descabezado. Sin liderazgo.

Estamos en un país con un desgobierno total y la culpa no es de uno solo. ¡Es de todos!

Independiente de la Constitución de turno, hay una absoluta falta de respeto a las normas a la institucionalidad.

¿Y a las autoridades? Bien, gracias, les da lo mismo.

Nadie actúa dentro de sus facultades conforme al marco jurídico que como país y democráticamente nos hemos dado.

Se supondría que las normas a las que nos sometemos y a las cuales están obligadas las autoridades nos debieran permitir una sana convivencia, ordenada y pacífica donde nadie debiera preocuparse por su libertad, integridad física o bienes.

Pero eso en Chile no existe hace rato.

En Magallanes una persona burla el toque de queda, maneja en estado de ebriedad, no admite responsabilidades y ¿nuestras autoridades?

Nadie endurece medidas, porque desde hace rato importa un bledo.

Nuestra Constitución establece el Principio de Legalidad, por el que ningún funcionario del Estado puede arrogarse otras facultades o derechos que los expresamente establecidos por ley. Es más, todos ellos juraron respetar la Constitución y las leyes y nadie lo hace.

Las instituciones desde hace mucho rato que en Chile no funcionan.

El año pasado nos dimos cuenta, por ejemplo, que el Presidente de la República promulgó una ley (de servicios básicos) que el Gobierno había declarado inconstitucional o que hoy nuestros parlamentarios consideren que es posible obviar la Constitución a pretexto de cualquier valor superior.

Es impresentable que nuestro Congreso Nacional se haya convertido en un circo., con aprobación de proyectos de ley inconstitucionales.

Llega a ser amenazante que funcionarios públicos promuevan medidas que dañan la institucionalidad.

Llevamos casi dos años con el centro de Punta Arenas absolutamente destruido, dañado, vandalizado, rayado y ¿la Fiscalía Regional? Bien, gracias. En un estado de impunidad total.

Llega a ser penoso que los tribunales se salten las leyes y la Constitución y hagan activismo a través de sus fallos.

Y lo que más no alarma en una región como Magallanes, caracterizada antaño por su calidad de vida, es que si los ciudadanos permitimos que actitudes como las descritas se sigan realizando, validamos que autoridades electas democráticamente atenten contra la institucionalidad que permitió su elección. Esto es una grave amenaza para nuestras libertades y derechos.

Acá hay candidatos que trasgreden todas las normas y no se les dice nada. Por eso es preocupante que estemos en un país donde día a día se nos impulsa a desafiar las instituciones y validar la injusticia, la desigualdad, amparada desde hace años por el fanatismo y las ideologías.

Chile se ha convertido en un país de angustia, un país depresivo.

Nos hemos visto frustrados, porque creíamos ir en pleno crecimiento como nación y desde hace dos años estamos totalmente estancados. Estamos en una encerrona de la cual no podemos salir.

Chile tiene problemas sociales, económicos y políticos. Y reitero: todos somos culpables.

Le tenemos miedo a la pobreza, que según las cifras se mantiene controlada si es que miramos y nos comparamos con nuestros vecinos. Pero hoy tenemos lo que simplemente merecemos, porque es nuestro propio país el que se ha negado a crecer, por egoísmos propios y por conveniencias de unos pocos.

En nuestro país hoy predomina una oposición a crecer como nación y eso lo mantiene estancado.

No nos gusta el éxito. Y eso ya está comprobado, porque a todo el que le va bien hay que ver la forma de “bajarlo”, porque no nos cabe en la cabeza que su riqueza la haya conseguido de buena forma, con triunfos en su vida laboral y ahí se nos sale toda la envidia. Y maldecimos a todos.

Somos un país pueblerino, que cada día goza de mayores egoísmos. Chile ya no es el ejemplo de solidaridad que nos hicieron creer por décadas. Andamos estresados, con negativismos y por eso se llegó a destruir ciudades enteras.

Nuestro problema se ha visto agravado con la pandemia, porque no estamos bien sicológicamente con una serie de restricciones y con un gobierno dictatorial con sus medidas sanitarias que no han dado resultado en más de un año porque cada uno viola las mismas normas.

Hay una anarquía que nuestros padres ni siquiera la imaginaron alguna vez y que nuestros antepasados se avergonzarían de presenciar.

El chileno está protagonizando problemas internos que no nos dejan avanzar.

En este país no hay condenas contra quienes se han enriquecido ilegalmente y con ello ya dejamos entrar al narcotráfico, que está ahí a la vuelta de la esquina, en la casa que usted nunca se imaginó. Hoy estamos enfrente de corrupción pública (funcionarios ladrones, sindicalistas mafiosos) y delincuentes comunes que reinciden y nadie les dice nada.

Ahora, recurrir al delito, a la corrupción, al robo o al narcotráfico para producir ilegalmente lo que se niegan a generar bajo el imperio de la ley no hará que el país sea rico. Lo que probablemente surja (o mejor dicho, se consolide) es una nueva nobleza compuesta por mafiosos, funcionarios corruptos, narcos amparados por el poder y revolucionarios de pacotilla que vivirán como reyes. Y los chilenos honrados se hundirán en la pobreza.

El chileno más resistido por todos es aquel que tuvo éxito material en la vida por la vía del trabajo lícito, pero al delincuente lo avalamos.

Estamos mal, con políticos que quieren eternizarse en el poder, con parlamentarios que avalan el nepotismo y que instalan a sus parlamentarios en altos cargos. Vea los apellidos que se repiten en el Congreso.

¿Para usted es sano que padre e hijo sean parlamentarios? ¿Y que esos mismos padre e hijo traten de instalar a un abogado santiaguino como constituyente por Magallanes?

¡No pues!

Llegó la hora de que nos sacudamos y salgamos de esto.

El nivel de deterioro mental masivo que sufre hoy nuestro país implica un retorcimiento tal de los valores constructivos de la vida pacífica y progresista que uno duda seriamente de que tal extravío tenga vuelta atrás.

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