¡Qué intríngulis! ¿Estamos como estamos, porque somos como somos? Una de las posibles claves que podría iluminar inicialmente el título de la columna es, conformidad o disconformidad, ambas, normalmente, en continuo vaivén. En ocasiones nos conformamos fácilmente y, en otras, la disconformidad domina con amplitud. Unas veces, sí; otras veces, no. ¿Quién nos entiende? Ni nosotros mismos, la verdad sea dicha.
¡Qué manera de dispararnos a los pies! Ya casi no existe forma de afearnos nosotros mismos. Con mayor habitualidad de la deseada nos apocamos, nos limitamos, nos obstaculizamos, nos restringimos. ¡Vaya si no! No creer en nosotros mismos es un comienzo, y seguimos no creyendo en el otro, a quien menguamos, sojuzgamos, achicamos en sus méritos, en sus capacidades, en sus virtudes y dones. Por el contrario, somos poco dados a reconocer, a resaltar, a destacar dichas buenas cualidades en el prójimo. Guardar silencio es uno de los modos, hablar por detrás, cuchichear, son otras formas de desprivar.
La contraparte es ponderar en exceso nuestras bondades o méritos, consiguiendo de nuestras contrapartes desprecio o, lisa y llanamente, ataques soterrados, callados, a nuestras espaldas. El cuchicheo, el sacarle el cuero a alguien, la murmuración asoman.
Confiar y no confiar. ¡Qué manera de ser desconfiados! Este es otro de nuestros juegos habituales. Unas veces sí, otras veces no. Ni nosotros mismos nos entendemos a veces. Confundimos y nos confundimos, al mismo tiempo. Recuerdo que escribí hace un tiempo acerca de una mentada y curiosa “bipolaridad” de curioso arraigo en nosotros. Raro vaivén. Tendemos a confiar con la misma habitualidad con que desconfiamos. Razones habrá, nos dicen los analistas aficionados que nos rodean; razones tendremos, nos autodiagnosticamos.
Tozudez, porfía, cabeza dura, actitudes o posiciones que no es raro hallar en las personas, sea que no tengan razón, o si la tienen, no dan su brazo a torcer en busca de un punto de encuentro. Quizás si la docilidad, la sumisión o la buena voluntad le doblaran la mano, en aras de un acuerdo bueno, de una buena convivencia, otra sería la situación. No se trata de ser un perdedor o un ganador, se trata ni más de poner ladrillos en una edificación nueva, se trata de construir.
¡Cuántos yoes en una sola persona! ¡Cuántas identidades en una sola! ¡Cuántos roles! Hijo, hermano, esposo, padre, abuelo, primo, funcionario, jefe, trabajador independiente, dirigente, compañero, amigo… todos y cada uno, implica una posición, una visión, una idea, singular, diferente, no totalmente diferente, complementaria. ¿Cómo conseguir que mi idea sea la que prime? ¿Cómo hacer mía la de otro? Modos, varios, pero que sean naturales, no forzados.
Esto no termina aquí, continuará. No tiene fin.