Rosamel Enrique Millaman Reinao
Era, fue un profesor de antropología en la Universidad Católica de Temuco hasta hace unos meses.
Rosamel Millaman Reinao fue y es un guía, un mentor, un tutor de varias generaciones de estudiantes de antropología en la UCT. Hace unos días, dada su partida a la morada celestial, leí muchos testimonios de estudiantes en los que destacaban sus dones y dotes en el magisterio académico y en el de la vida.
A poco andar, poco más de veinte años ya, cuando se incorporó al equipo docente de la carrera de Antropología, señalaba, en su modo, un distingo, una impronta que comenzamos a notar sus colegas, y comenzaron a apreciar sus discípulos. Su maestría iba más allá del aula, en los pasillos, otros salones, su casa, su ruka; el tiempo parecía no contar para él, ni los sábados ni los domingos. Recibía en esos días a estudiantes interesados en el saber, en el cultivo y estudio del hombre, de ayer, del presente y del próximo devenir. Era profesor 24/7. Paciente, de atenta gran escucha, nada egoísta con su conocimiento, comprometido con el ser humano, con la persona, todas las personas.
Atento, respetuoso, amable, simpático, nada estridente, empático, reflexivo, de hablar pausado, acompañante de todo proceso de aprendizaje, paciente.
Creo que su nombre es decidor, y hoy más que ayer. Hoy lo distingue, lo identifica más. Millaman es su nombre principal, su primer apellido, en la usanza oficial. Millaman, así, sin tilde, es la forma apocopada de Millamañke. Milla, que, en mapudungun, significa de oro, dorado, que brilla, que resplandece, es el primer étimo en este nombre propio. Mañke, el segundo étimo de su nombre, el de mayor relevancia, pues es el rasgo totémico principal, es su küna, indica su familia, su linaje, su raigambre, este término significa cóndor. (Aclaro, -man es una versión apocopada, reducida de mañke).
Hoy lo entendemos mejor, Rosamel estaba señalado, signado, en su nombre principal, Millaman o Millamañke, pues se trata de un “cóndor que resplandece, que brilla”. Y vaya que sí. Un viernes recién pasado partió a lontananza, partió a un punto distante, alto, celestial, en este caso, lejos del plano terrenal, y, desde allí, no tengo duda, esta vez tutela, vigía, brilla, resplandece y nos acompaña.
¡Vuela alto, querido Rosamel Millaman!