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Columna de opinión

La integridad que se reclama

opinion
05/12/2022 a las 11:36
Pablo Oyarzo
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Claudio Morán Ibáñez, abogado

Es decidor lo ocurrido en el Senado con la desaprobación del nuevo Fiscal nacional propuesto por el ejecutivo. Es claro que este es un cargo no de elección sino de selección, y por lo mismo, aparecieron aristas que, en silencio o mejor dicho silenciamiento, la ciudadanía hace rato reclama para todos los cargos públicos. No importa en si el resultado ni la persona, es el concepto de la integridad de todo postulante a un cargo de enormes responsabilidades y cuantioso manejo de recursos públicos. La ciudadanía, el “pueblo”, reclama, tiene derecho a saber de quién se trata, cuál es su trayectoria, y si esta es suficientemente “limpia” a fin de “vestir” con propiedad ese cargo en mira. Y mientras más elevado sea ese cargo, lo que el pueblo reclama del postulante es la llamada “integridad”, que la persona no solo parezca, sino que realmente lo sea. Coloquialmente, que sea “de verdad”, intachable.

Por las informaciones difundidas, el postulante a Fiscal nacional carecía de esas características que silenciosamente pero cada vez menos, se reclaman. Capacidad, conocimientos, presencia –sí, también es importante-, y una trayectoria profesional y personal a prueba de opiniones. Integridad. Aquí se enfrentaron dos situaciones, las diferencias de un proceso de selección que permite exigir y transparentar, y los procesos de elección que llevó a esos senadores al cargo que detentan, las más de las veces colocados en listas a última hora del plazo legal, y que aparte de licencia de educación media y certificado de antecedentes no se les exige nada más. A ellos, los senadores, así como tampoco a los diputados, nadie exige demostración de integridad indispensable para cargos públicos y para ser legisladores, parámetros que ellos si aplican, aunque a medias, para selección donde demuestran su poder, exigen lo que a ellos no se les exigió y parece a nadie importa, excepto a los ciudadanos a quienes nadie oye cuando no conviene, y en eso claro que no conviene, como dice Cambalache “Siéntate a un lado, que a nadie importa si naciste honrado”. Y es así que hemos construido un país sobre la base de la deshonestidad primero, pero más allá, de la falta de integridad, y de decencia también. No se trata de puritanismo, solo de conceptos, el hombre-y la mujer-publicos, no tiene vida privada, eso de vicios privados, virtudes públicas, debe ser desterrado de nuestra cultura, la persona es una sola. Y el costo del poder es la transparencia absoluta, el pueblo tiene derecho a saber no solo cuánto gana, sino con quien vive, que come, que toma, cuáles son sus hábitos higiénicos. Los estudios y las competencias son un prerrequisito que se parte de la base existen.

Mientras Chile no eleve sustancialmente sus estándares y exigencias de estos requisitos, el país seguirá por el despeñadero, no es cuestión de ideologías en pugna. La gente percibe que tanto la derecha como la izquierda están llenos de deshonestos y mentirosos, además de ser incapaces individualmente. Los que crearon este caos en que estamos sumidos, no pueden ahora superarlo, eso es ilógico, no se van a transformar en personas integras y honestas después de años de lo contrario. El divorcio de la ciudadanía con esta clase política y los detentadores del poder, Fiscalía Nacional incluida, es creciente, y se traduce en falta de identificación con el sistema de gobierno y administración que tenemos. Pero la verdad, la carencia de esa integridad requerida se manifestó en la votación del Senado, que debió ser abrumadora en el rechazo y no lo fue. Algo es algo. Existe una moral, aunque los “progres” la nieguen, y ella siempre aflora.

Mientras tanto, por razones profesionales, ayer converse con el dueño de carnicería de un barrio popular, y me manifestó la fuerte baja en ventas. La gente está consumiendo mucho menos de un producto básico. La recesión no viene, está aquí hace rato, pero todos la postergan imaginariamente. Esa es otra demostración de la falta de integridad en la función pública, fueron elegidos o seleccionados para abordar y solucionar los problemas de las personas reales, y no lo están haciendo. A todos los consabidos problemas que nos afligen, se sumara pronto el hambre que habíamos superado hace décadas. Mientras tanto, la máxima autoridad nacional inaugura estatuas con discursos de creciente incoherencia, que evidencian sus insalvables limitaciones. La integridad es palabra desconocida.

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