Es una historia de intriga y espionaje cuyos ecos retumban hasta hoy y que se inició en Punta Arenas, hace poco más de 100 años.
La mañana del 12 de diciembre de 1914, un buque de guerra alemán arribó a la capital magallánica. Era el crucero ligero SMS Dresden, el único sobreviviente de una flota germana destruida por la Armada británica en las Islas Malvinas, apenas cuatro días antes. Su comandante, el capitán Wiebliz, había enfilado hacia este puerto en busca de noticias, víveres y vital combustible.
Tras él, toda una flota enemiga lo perseguía decidida a encontrarlo y hundirlo, antes que pudiera dañar el comercio naval británico o regresar a su país. Para entonces, el Dresden era el último buque de guerra de superficie alemán que navegaba fuera de Europa.
Esa mañana, un delgado oficial naval bajó a tierra para tomar contacto con las autoridades chilenas y los residentes de su país en busca de ayuda. Era el teniente de navío, Willhelm Canaris, oficial de inteligencia y cuyo nombre estaba destinado a convertirse en leyenda. Allí se enteró que todos los demás barcos de la flota alemana del Pacífico, habían sido hundidos y con ellos, muchos de sus amigos habían sido capturados o muertos. De hecho y como eco de esa batalla, hasta el día de hoy, el monumento al almirante alemán Maximilian von Spee, quien murió en ese combate junto a sus dos hijos, figura como uno de los lugares más significativos del hermoso Cementerio Municipal de Punta Arenas.
En 1914, Chile era neutral y albergaba una numerosa colonia alemana, que sólo días antes había entregado una gran bienvenida a los navíos alemanes en Valparaíso. Pero ya sea por las presiones inglesas o la falta de tiempo y de recursos, el Dresden debió hacerse a la mar tan sólo unas horas después de haber llegado, tras cargar briquetas de baja calidad como combustible y sin el carbón necesario.
Los ingleses llegaron a la ciudad, apenas tres horas después. El primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, futuro primer ministro de Gran Bretaña, estaba furioso por la huida y ordenó que todos los buques lo buscaran y hundieran. Eran seis cruceros ingleses, a los que se sumaban buques australianos y japoneses, una enorme cantidad de barcos de guerra que Inglaterra necesitaba con desesperación en otros lugares.
Se iniciaba así un mortal juego del gato y el ratón en las aguas magallánicas, con los alemanes tratando de ocultarse y conseguir carbón y los ingleses, sus barcos y espías, tratando de encontrarlo y hundirlo.
LA HUIDA
En su breve estada en Punta Arenas, Canaris pudo tomar contacto con los activos residentes alemanes Albert Pagels y Harry Rothenburg. Pagels, un piloto que conocía muy bien los mares patagónicos, le dio antecedentes vitales. Basándose en sus datos, el Dresden se ocultó en las islas Santa Magdalena y Santa Inés, no demarcadas en los mapas de la época, lugares de una belleza inmensurable que aliviaron los pesares de la tripulación. “Seguimos vivos. Hay una sensación de alivio en la tripulación. Aquí nos hemos liberado de todos los conflictos del mundo. Estamos en un mundo nuevo y mejor. Tengo miedo de irme a dormir y despertar en el infierno de las Malvinas de nuevo”, escribió el fogonero Cristian Stockler.
Mientras, en Punta Arenas, la activa comunidad germana iniciaban una intensa labor destinada a conseguir carbón y alimentos para sus compatriotas. Era una tarea titánica, pues debían acopiar grandes cantidades de suministros de un modo tal que no se enteraran los ingleses, cuyo cónsul también desplegaba inauditos esfuerzos por apoyar su causa. Entre ambos bandos se desarrolló entonces un mortal juego de investigación y engaños, mientras los barcos británicos recorrían los mares australes en busca de su presa. Aunque el Dresden debía cambiar de posición constantemente, no podía alejarse demasiado de Punta Arenas, pues su única esperanza de conseguir carbón y provisiones eran las gestiones del cónsul alemán.
Siguiendo las indicaciones de Pagels, el barco llegó hasta la Isla Santa Inés y se internó en un estrechísimo y peligroso canal, tras el cual una profunda bahía rodeada de altas montañas, se convirtió en el escondite ideal. Allí debieron cazar y pescar para alimentarse.
En los alrededores, una flota entera registraba canal tras canal y los ingleses ofrecían además una recompensa de seis mil euros a quien lo descubriera. Toda la Patagonia se volcó en su búsqueda. Hasta los indígenas Kawéskar supieron de la recompensa... y descubrieron el barco que se ocultaba en su territorio de pesca. Intentaron decírselo a los ingleses, pero éstos no conocían su idioma y les ofrecieron pan en lugar del dinero prometido.
Fue el cónsul inglés, Charles Milward, cuya casa aloja en la actualidad a Pingüino Multimedia, quien tomó contacto con dos navegantes, uno ruso y otro francés que hablaban la lengua Kawéskar, quienes tomaron contacto con ellos. Se embarcaron en un pequeño barco para cerciorarse de la ubicación del buque alemán.
Cuando se acercaba a la isla, los vigías alemanes lo descubrieron y el Dresden abandonó su refugio. El inglés pudo encontrar los restos del campamento del navío germano que zarpó de inmediato, en busca de un nuevo escondite.
El cónsul alemán, en tanto, había logrado su propósito y, finalmente, un navío pilotado por el intrépido Albert Pagels se hizo a la mar de modo subrepticio y atravesando canales peligrosos se hizo a la mar en busca del Dresden.
No era el único. El tenaz Milward logró nuevamente encontrarlo y envió la ubicación a Inglaterra, pero cuando los flemáticos oficiales navales llevaron esas coordenadas a un inexacto mapa que databa de la época, se encontraron con que éste marcaba una montaña y no una bahía. No dieron orden alguna de perseguirlo.
Pagels, en cambio, logró la hazaña de encontrarse con el Dresden en un lugar indetectado por el enemigo, una bahía cerrada entre dos islas donde se había ocultado por dos meses, sin luz eléctrica, ni calefacción y comiendo sólo mariscos.
La hazaña de Pagels fue saludada con hurras por la tripulación. Les proporcionó 1.500 toneladas de carbón, insuficientes para volver a Alemania, pero vitales para seguir ocultándose por varias semanas más, así como abundantes alimentos y sobre todo, noticias del resto del mundo.
En las semanas siguientes, eludieron a los ingleses, ocultándose en los fiordos y canales de Aysén. Finalmente, el 14 de febrero abandonaron el litoral chileno y se dirigieron a mar abierto.
Pero su carbón era insuficiente y, finalmente, el 1 de marzo de1915, los cruceros ingleses HMS Kent, HMS Orama y HMS Glasgow, lo sorprendieron fondeado frente a la isla Juan Fernández. Para entonces, el barco más perseguido de la Primera Guerra estaba prácticamente a la deriva. Canaris abordó los navíos enemigos con bandera de parlamento, lo que permitió ganar tiempo para hundir la nave y que los tripulantes se lanzaran al mar para ganar la neutralidad de las playas chilenas de Juan Fernández.
Canaris y el resto de la tripulación fueron internados en un campo de prisioneros en la Isla Quiriquina. Pero las normas de confinamiento nacionales eran tan relajadas que tanto él como otros pudieron escapar fácilmente al sur de Chile. De hecho, a la postre, la mayoría de los tripulantes alemanes, finalmente, se afincaron en Chile, donde siguieron sus vidas. Pero Canaris, quien hablaba español, tomó contacto con la comunidad alemana en Osorno, cruzó la Cordillera de los Andes, llegó a Argentina y más tarde, embarcó en Buenos Aires rumbo a Alemania, donde fue recibido como un héroe.
Ese aura de leyenda fue captado más tarde por Hitler, quien lo convirtió en su jefe de inteligencia. Aunque finalmente, Canaris complotaría contra Hitler, por lo que fue ahorcado. Muchos creen que el profundo conocimiento que el marino alemán cultivó de nuestro país y de los territorios patagónicos, le sirvió al líder nazi para construir su ruta de escape y refugio hacia la Patagonia, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.
MISTERIOSO TESORO
Y no es lo único. En 1910, en medio de la revolución mexicana, el Dresden arribó a la ciudad de Tampico para proteger los intereses alemanes en la zona. Allí, ante el peligro de los saqueos, los residentes germanos le entregaron a su capitán un botín muy preciado, un cofre lleno joyas, dinero, oro y objetos de valor, iniciativa a la que se unieron otras familias de extranjeros, así como mexicanos adinerados. Todo debía ser puesto a resguardo en un banco al regreso del Dresden a Alemania. El tesoro quedó en una caja bajo la custodia del comandante de la nave. Pero en agosto de 1914, cuando el navío regresaba a su patria, estalló la guerra y el Dresden debió cargar con ese valioso cofre durante toda su huida.
Entre los miembros de la colonia alemana en Puerto Montt, se comenta que una noche los tripulantes del célebre crucero, el cual estaba oculto en el cercano fiordo de Quintupeu, rodeado de montañas, lanzaron al mar un misterioso y pesado cofre. Durante años, los buzos han revisado esas aguas en su búsqueda, pero sin resultado alguno. Queda entonces la duda. ¿Y qué tal si ese tesoro estuviera oculto en lo profundo de algún fiordo de Magallanes?