La profesora de educación general básica Luz Hernández Márquez se desempeña en la escuela Padre Hurtado, una de las más distinguidas de Punta Arenas y se da tiempo para la gran pasión de su vida: la enseñanza del lenguaje de señas a los niños sordos.
Para ella no ha sido fácil llegar hasta el lugar donde se encuentra desarrollando su profesión y su vocación de servicio.
“Hace más de diez años que ejerzo en Punta Arenas. Aquí terminé de estudiar, gracias a una media beca que me entregó el Sindicato de Profesionales de la Empresa Nacional del Petróleo, ENAP Magallanes, que por entonces lideraba don Luis Arriaza y que estaba al tanto de lo que yo hacía”, afirmó agradecida la profesora Hernández.
Y recuerda que, siendo solamente técnica, tuvo serias dificultades en la Escuela Pedro Pablo Lemaitre, cuando tenía como directora a Malvina Dodman y a Rosa Pérez, como jefa de la Unidad Técnico Pedagógica, UTP, quienes rechazaban y no aceptaban lo que ella decía, según explicó.
“Se dijo que yo era conflictiva. Se dispuso la prohibición para que ingresara a la escuela, pese al apoyo de padres y apoderados que sabían lo que yo, efectivamente, desarrollaba por los niños con discapacidad auditiva”, recordó, con pena.
Pero llegó un momento en que la suerte para ella y su vocación cambió y, después de trabajar ad honorem, durante un par de años, recibió la ayuda y la mano generosa del director de la Escuela Padre Hurtado, el profesor e Hijo Ilustre de Magallanes, Juvenal Henríquez Jelincic, que la llevó a ese establecimiento, donde hoy ejerce con el apoyo de la Directora, la educadora Hilda Cárcamo.
“Hubo momentos duros. Vendía queque inglés y brazos de reina para reunir los pesos que se sumaban a los $ 50 mil que me pagaban, pero salimos adelante con la ayuda, el apoyo y la comprensión de mi esposo desde hace más de treinta años, Heberto Álvarez, operador de maquinaria pesada”, y los ojos de Luz se le iluminan y una sonrisa de felicidad le cambia la expresión.
“Nuestra hija mayor, hoy de 29 años, es sorda debido a una enfermedad que la afectó siendo pequeñita. Y mi lucha por ayudar a los niños sordos, como Paulina, ha sido mi motor y mi propósito de vida porque yo creo que todos tenemos un propósito en la vida y éste ha sido el mío, al cabo de los años”, afirmó la profesora de señas.
“Cuesta superar la creencia de muchos padres de hijos sordos, de que esta técnica de aprendizaje es de alta utilidad. Tampoco es aceptada por los médicos y los fonoaudiólogos, pero sirve mucho para los niños y quienes la reciben cuando llegan a una escuela -por ahí por los cuatro años-, pues han perdido tiempo valiosos para aprender y comunicarse con los demás”, afirmó Luz Hernández.
Es que, explicó, muchos padres, juegan al sí y al no, o sea, le hacen saber si quiere esto o si no desea esto otro, y el niño o la niña responden moviendo la cabeza, afirmando o negando “pero es otra cosa si, utilizando sus manos y sus gestos, dominando en principio el lenguaje de señas, se dan a entender, se comunican y avanzan en el camino del aprendizaje”.
Y agregó que los hijos sordos de padres que sí oyen, en su mayoría, pueden superar en gran medida esa discapacidad con el lenguaje de señas que ella seguirá enseñando, superando dificultades, haciendo efectiva su vocación de madre de hija sorda y de profesora.
“Yo no espero nada de los sordos que han logrado aprender ese lenguaje ni de sus familias. Que erijan un monumento, menos, porque ese es mi propósito vital y que para mí ha tenido recompensas que me acompañarán toda la vida, como haber estado en el nacimiento de la hija de un matrimonio de personas sordas como intérprete ante los profesionales y personal de la maternidad del hospital, lo cual salió todo bien y para todos. Ese domingo 8 de mayo del año 2016, Día de la Madre, la pequeña nació sin problemas, porque pudimos explicarles a todos, lo que su padre y su madre querían decirles. Lo que ocurrió después en esa familia, es cosa de ella. Pero, en ese momento, logramos romper y superar barreras y uno que otro prejuicio utilizando el lenguaje de señas”, dijo casi de un tirón y, excusándose por hablar tanto y tan rápido, agradeció la entrevista, nos abrió la puerta de la escuela y volvió a su trabajo.
¿Seguirá adelante en su misión vital, la profesora Luz Hernández Márquez? Por supuesto, porque no hay peor sordo que el que no quiere oír y el agua rompe la piedra a fuerza de tanto caer, como dice un par de refranes muy chilenos.