Y Ricardo Barría Paffetti (“con dos ‘f’ y con dos ‘t’, por favor”) se muestra orgulloso de su emprendimiento y reitera que “tengo todos los permisos legales vigentes y yo sé de estas cosas porque fui comerciante ambulante y me gusta trabajar legal”.
Se cuenta que el kiosko lo hizo a mano, él mismo, que es una persona tranquila y trabajadora, de buen genio y de buen trato y que le puso cadenas para evitar que lo roben, que se lo lleven y lo dejen sin su herramienta (¿o lugar?) de trabajo.
Ricardo provee de pancito amasado a algunas de las muchas personas que llegaron hasta el bandejón central de la Avenida Salvador Allende, a escasa distancia de, singularidades de esta vida, de otra avenida: la Eduardo Frei Montalva.
En ese lugar, hace ya tiempo, se instalaron las máquinas para que los aficionados a la gimnasia, a los deportes, hicieran ejercicios.
Pero la necesidad de centenares de personas que se instalaron en el mismo sector desplazó a los deportistas y gimnastas.
“Claro, porque antes de gastar energías porque una o más personas están gorditas o quieren mejorar sus figuras, estamos nosotras, las que venimos a vender ropa y otras cositas, usadas, que reunimos por aquí y por allá y así tener unas monedas para el sustento de todos los días”, explicó Patricia, una de las vendedoras que prefirió reservar su rostro y sus apellidos, con algo de temor.
Es que aunque existe respeto entre esas decenas de personas, a veces, dijo Patricia, “los genios, llegan malos y hay discusiones, pero no pasa a cosas mayores, pero la amistad se rompe y eso no es bueno para nadie”.
Es que permanecer desde ¿las nueve? de la mañana y por largas horas esperando que lleguen compradores de sus mercancías, lograr que se acerquen a un puesto, regateen los precios y compren algo a precios muy bajos, representa un enorme esfuerzo para todas esas personas.
“Pero es que la necesidad tiene cara, usted sabe”, comentó Laura, amiga de Patricia, agregando que “nadie le va a dejar plata a la casa a una y aunque los hijos estudien y almuercen en la escuela, siempre hay y habrá otros gastos, hasta que sean grandes y trabajen, aunque a mí me gustaría que pudieran seguir estudiando, mecánica por ejemplo, en el Industrial”.
Cerca de allí, en la misma avenida, pero desde José del Carmen Galindo hacia arriba, se yerguen aún las estructuras de fierro que, bajo otro alcalde, se levantaron para apoyar a los vendedores del bandejón.
Pero allí están esos puestos, apenas utilizados, sin cubierta, tan desprotegidos de la lluvia y del viento como quienes están una cuadra más abajo y al aire libre y sin servicios higiénicos adecuados.
Algunos vecinos han reclamado que después de despejar el sector, porque los compradores se hacen demasiado escasos o hay mucho viento o mucha lluvia “ese lugar queda sin limpiar” y estiman que podrían barrerlo “aunque fuera un poco”, lamentando que esos vendedores y vendedoras de vestuario y otras cosas, como en los muy capitalinos mercados persas, no dispongan de baños.