Igualdad de derechos y oportunidades lejos de la discriminación o distinción de género fueron el lema, la razón y el anhelo que mujeres a lo largo y ancho de todo el país contribuyeron a hondear banderas en las calles.
Pensamos, las manifestaciones ayudarían romper determinados paradigmas del pasado. Algo de eso está ocurriendo, aunque no en todos los niveles esperados.
Con motivo del inicio de las actividades académicas en educación superior, lamentablemente, volvimos a la vieja costumbre de ver por las calles de la ciudad a jóvenes resignados pidiendo limosnas para recuperar parte de su vestimenta como parte del ritual del “mechoneo”, la tradicional forma que tienen los universitarios de recibir a sus nuevos compañeros.
Cada año asistimos a lo mismo, y nuevamente la crítica vuelve a la mesa. Hasta cuándo con la vejación y el maltrato disfrazado de costumbre criolla.
Pantalones y poleras hechas estropajos, cara y pelos cubiertos de pintura o harina, atuendos malolientes volvieron a circular por parques y avenidas como advertencia de que todavía falta bastante por aprender.
Hace algunos años, una luz de esperanza emergió desde la carrera de Arquitectura de la Universidad de Magallanes, cuando decidieron cambiar el tradicional mechoneo por la realización de un ritual selknam.
Motivados por propios docentes, los futuros arquitectos se despegaron de los huevos estrellados en la cabeza para dar lugar a una ceremonia que, junto con homenajear a los pueblos originarios del extremo sur, demostraron al país que, otra forma de recibir a los compañeros era posible.
Junto a la celebración del “Hain”, la carrera de Terapia Ocupacional, también se sumó a la idea de reemplazar el arcaico e inadecuado mechoneo.
Aun cuando las autoridades de la universidad regional intentaron, a través de un protocolo, prohibir y sancionar las conductas agresivas en las actividades de bienvenida, los viejos y retro mechoneos no retrocedieron en lo más mínimo.
Por desgracia para los mechones y sus familias, estas dos experiencias resultan ser un oasis en medio del desierto de medidas específicas que castiguen este tipo de conductas.
Lo que debería ser una de las mejores experiencias en la vida del joven en cuanto al comienzo de su vida formativa profesional, en más de alguna oportunidad ha terminado transformándose en una verdadera pesadilla.
A pesar de las campañas y esfuerzos por erradicar la costumbre que data de 1960, y el optimismo que genera la masiva participación de jóvenes en movilizaciones sociales en favor de más derechos, contrastan con las postales que se repitieron durante toda la semana.
Cuesta creer que, este mismo grupo de futuros profesionales, que hoy tienen la capacidad de organizarse en contra de los abusos denunciados al interior de la casa de estudios, que destaparon el hecho que la carrera de Derecho carecía de acreditación, al mismo tiempo permitan o al menos no rechacen las violentas bienvenidas.
Por otra parte, las autoridades universitarias no pueden seguir mirando hacia otro lado mientras esto ocurre. No alcanza con reflotar cada tanto un desactualizado protocolo que más parece una tarjeta amarilla que un verdadero reglamento al que todos deben ajustarse.
Desde la propia máxima autoridad, no se puede continuar esperando que algo lamentable ocurra. No alcanza con el envío de un correo masivo, es necesario considerar acciones concretas acorde con la realidad actual que vive la principal casa de estudios de Magallanes y que resguarde el capital más preciado que posee, sus alumnos.