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Análisis: El Espectador

Juicio político a Piñera: se le acusa de destruir la democracia en Chile

politica
26/07/2020 a las 12:29
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La historia lo juzgará, pero también los tribunales.

En octubre del año pasado, aprovechando la inmovilidad de Sebastián Piñera y el estancamiento socio económico -que se generó principalmente en el segundo gobierno de Michelle Bachelet-, se selló la suerte de un Presidente que pasará a la historia como lo hicieron Luis XVI en Francia o Nicolás II en Rusia, quienes fueron incapaces de gobernar adecuadamente sus naciones y superar los problemas sociales y la anarquía.

Cuando inició este periodo, el Jefe de Estado chileno pensó pasar a la historia como un líder internacional que posicionaría a nuestro país como defensor de los derechos humanos. Por ello asumió un protagonismo que le costaría carísimo. Como miembro del grupo de Lima viajó a Cúcuta -en la frontera entre Colombia y Venezuela- a promover un golpe de estado o movimiento social que terminara con el derrocamiento del dictador Nicolás Maduro.

Sin embargo, los cálculos le fallaron y Maduro resistió, jurando venganza. En silencio comenzó un plan latinoamericano dirigido desde Caracas y La Habana, tendiente a devolverle la mano a quienes se fueron a entrometer en los asuntos internos de Venezuela.

Así siguió gobernando como si nada pasara, mientras ingresaban al país activistas pagados desde el exterior y vinculados a las redes locales del narcotráfico.

Continuó preparando la COP25 y la APEC, mientras debilitaba ante la opinión pública la institución de Carabineros, destituyendo a Hermes Soto. Tampoco fue capaz de lograr algún entendimiento con un Parlamento de mayoría opositora, que se gestó en las elecciones de 2014 donde por primera vez ingresaron los jóvenes revolucionarios aprovechando la modificación al sistema electoral promulgado por Piñera en su primer gobierno, pensando en que las votaciones eran solo de interés de los cultos y acomodados.

Con ello Chile perdió uno de sus principales activos, el tener un padrón electoral maduro, que conoció los costos que hay que pagar para tener democracia. Con la inscripción automática y voto voluntario, Piñera de facto, inscribió millones de jóvenes inexpertos, muchos de los cuales siempre han vivido a expensas de sus padres pero que rasgan vestiduras por los derechos de los desposeídos y “sus libertades”.

Con las mayorías que se obtuvieron en dicho Parlamento y la contribución de los infaltables Desbordes y asociados, se terminó el horrendo sistema binominal y llegaron los Florcita Motuda y equivalentes, con votaciones inferiores al 2%. Los que tanto criticaban el sistema binominal, ahora guardaron silencio y celebraron la llegada de la “diversidad” al Congreso.

No hay que engañarse, en la elección pasada Piñera logró el triunfo gracias a que al frente tuvo a Beatriz Sanchez y a Alejandro Guillier, ambos candidatos sin gracia, de poca preparación y sin respaldos sólidos en sus sectores. También lo sorprendió la alta votación de José Antonio Kast, quien al día siguiente de la primera vuelta comenzó a trabajar por Piñera, gesto que fue prontamente olvidado por el flamante ganador.

No innovó mucho, puso ministros probados, mientras él se dedicaba a los grandes temas mundiales. Acordó una reforma previsional, subiendo significativamente los costos de contratación, que traerá más cesantía y finalmente no pudo revertir la horrorosa reforma tributaria de Bachelet que paralizó la inversión.

Todo cambio el 18 de octubre de 2019, cuando se le devolvió la mano. Un pésimo manejo político de un alza de tarifa del metro, que fue advertida por la ministra Gloria Hutt y que minimizó el Mandatario, fue la chispa que detonó la bomba.

Una organizada acción de grupos violentistas y el descontento de mucha gente que no encontraba solución a sus problemas derivaron en un estallido popular, con gran violencia con el claro objetivo de desestabilizar el gobierno.

La acción jamás fue esperada por Piñera, quien no reaccionó a tiempo, ni con firmeza y la protesta se masificó y salió de control. Finalmente ante la masificación de los hechos recurrió a las Fuerzas Armadas, las que al final, dadas las instrucciones del Ejecutivo, salieron a limpiar las fogatas, sin balas de verdad.

Los carabineros desgastados por acción de grupos violentistas se vieron sobrepasados, saqueos, incendios destrucción y un desgobierno completo. Piñera dejó a la gente, que debería proteger, a merced del violentismo y terror. Se acabó el estado de derecho, porque el que “gobernaba” no se atrevía a poner orden.

La autoridad, en vez de actuar con dureza y encerrar a los violentistas para separarlos de la legítima protesta, desautorizó a los carabineros, haciéndonos vivir lo que sienten hace años muchos chilenos que viven en La Araucanía, donde un movimiento insurreccional organizado y financiado desde el exterior, ha buscado destruir el orden institucional.

En medio de la crisis, Piñera cambió al ministro del Interior. Sacó a un correteado Andrés Chadwick y puso a un inexperto, sin calle: Gonzalo Blumel. Vale decir el Presidente de Chile, en medio de la peor crisis política de los últimos 30 años, colocó a cargo de la seguridad del país a un aparecido que le llevaba los papeles a Cristián Larroulet. Así las cosas pronto se vio a Blumel pidiendo disculpas por las víctimas de la “represión” y callando por los cientos de carabineros heridos, mucho de ellos que casi fueron quemados vivos.

En vez de encausar el descontento en los marcos institucionales, Piñera se dedicó a destruir la institucionalidad vigente, terminando en un acuerdo nacional, organizado por el en ese entonces su escudero: Mario Desbordes y firmado por todos los sectores políticos que estaban aterrorizados de miedo que la revuelva los terminara llevando a ellos también al precipicio.

Allí estuvo el magallánico Gabriel Boric, que supo aprovechar el momento histórico a pesar de las críticas de su sector. Se puso a la altura de las circunstancias y se dio cuenta que tenía la oportunidad de posicionarse en las “grandes” lides, para estar en la primera línea del desmantelamiento constitucional.

Allí se sentenció la Constitución que le dio estabilidad y progreso al país en los últimos 30 años. Cuando en marzo nuevamente empezó el movimiento insurreccional, Piñera trató de nuevamente sacar a los militares a la calle, pero esta vez, quienes han sido objeto de su persecución y desidia, se negaron a salir desarmados y como era obvio, Alberto Espina y Piñera se negaron a asumir la responsabilidad. Así las cosas, nuevamente incurrió en faltas al deber y dejó a millones de ciudadanos a merced de los delincuentes.

Luego vino la pandemia del Coronavirus, donde la política aplicada por Jaime Mañalich-uno de los pocos con pantalones y autoridad- hoy está rindiendo frutos, pues nunca hubo que elegir entre quien vivía o quien moría y resultó acertada la estrategia de ir por etapas, sino miren a Argentina, donde el socialista Alberto Fernández -seguramente asesorado por Marco Enríquez-Ominami-, confinó cuatro meses a su gente sin sentido y terminó de destruir el sector productivo.

¿Qué habría pasado con esta pandemia si Chile hubiera estado gobernado por la doctora Bachelet y su ministra Helia Molina? Sin embargo, por presión de la presidenta del Colegio Médico, Hizkia Siches, y los alcaldes del mismo sector, que querían aprovechar la situación para figurar, Piñera removió de su cargo a Mañalich.

También en el último tiempo presentó una reforma muy “acotada” al Banco Central, que en definitiva va a permitir a los gobiernos endeudarse con el instituto emisor, vale decir se acaba la independencia y autonomía que ha dado estabilidad monetaria e inflacionaria al país.

Sacó hace poco al ministro Sebastián Sichel, uno de los pocos bien evaluados, sin causa alguna, pero se sospecha que cayó en desgracia con el ministro Blumel, quien determinó sacarlo de la primera línea.

Ahora, en plena crisis, con la gente pasándolo muy mal, muchos con hambre y cesantía, el Gobierno tenía la oportunidad de presentar un plan verdaderamente solidario que realmente fuera una ayuda de quienes realmente lo necesitan. Sin embargo, como siempre, viendo la chaucha en vez del peso, dio muchas vueltas y le entregó el liderazgo al Congreso, donde los buitres olieron la carroña y presentaron rápidamente un proyecto para retirar el mal llamado 10% y presentar un proyecto totalmente inconstitucional, pero que surge de una necesidad sin respuesta del Ejecutivo.

El programa social que presentó nuevamente fue mal comunicado, un bono no para todos, con letra chica y un crédito que todos sabemos que nunca se pagaría y que seguro el próximo Presidente condonaría para “liberar” a los chilenos de la pesada mochila que les dejó Piñera.

Le rechazaron el veto que evita el corte de los servicios básicos, con lo que se paraliza la inversión en estas áreas.

Lo que pasó es que el sector al cual dice pertenecer Piñera se cansó de la inoperancia, incompetencia, la falta de orden y autoridad. Por eso hoy se ha instaurado, en los hechos, un régimen parlamentario, donde el Congreso aprueba leyes inconstitucionales que finalmente terminarán destruyendo toda institucionalidad.

Piñera es el responsable final de la debacle de Chile, no supo medir las consecuencias de su ego internacionalista y comprometió el país en luchas externas que no eran de nuestro interés, y cuando le llegó la protesta a casa, no tuvo la fortaleza e inteligencia para responder con justicia y firmeza, dejando a millones de chilenos a merced del lumpen. Por ello, él es actor principal de lo que ha pasado en Chile desde octubre.

Sobre él caerá la responsabilidad de los perdigones en los ojos de los manifestantes, de los heridos, de la humillación a nuestras autoridades, de la destrucción del patrimonio de miles de chilenos. Pero lo más grave, es que él ha sido el arquitecto de la destrucción y desmantelamiento de la Constitución de Augusto Pinochet y Ricardo Lagos, que dio estabilidad al país y permitió reducir la pobreza por más de tres décadas.

Gracias a Piñera vendrá formalmente una asamblea constituyente, que ya está operando en los hechos como señaló correctamente el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp. El movimiento ya está en curso y este Gobierno castrado de valentía y poder, no podrá impedir que la protesta y la violencia se impongan de nuevo. El parlamentarismo vigente será germen de la anarquía y demagogia, la voz del pueblo será la que administre el país, esta vez no como le gusta a Piñera, a través de las encuestas, sino a través de la fuerza y el amedrentamiento.

El daño que el Presidente le ha hecho al país es permanente y estructural. Permitió la destrucción de las instituciones sobre las cuales debe cimentarse la convivencia social, destruida la institucionalidad se dará paso a la completa anarquía.

Ni el más optimista de los comunistas jamás se habría imaginado el gran aporte que el multimillonario Mandatario haría a la causa colocando gente inexperta en cargos de importancia y sacando a los buenos cuando la presión popular se hacía sentir.

A esta altura no es claro que este gobierno pueda terminar su mandato, Chile necesita un Ejecutivo que reestablezca el orden y la paz social, y mitigue sin demagogia los efectos del desastre que va a dejar este mandato.

Esperemos que vuelva la cordura al país, que se recupere un actuar de gobierno razonable que permita avanzar con justicia para todos y en paz.

La historia lo juzgará, pero también los tribunales.

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