La situación por la que estamos atravesando a escala global, se puede definir como una mezcla problemática y confusa de sensaciones, sentimientos y soluciones. La primera y profunda sensación que ha dejado el invisible enemigo se relaciona con la evidencia concreta, pero a menudo olvidada, de nuestra extrema fragilidad vital. No éramos superhéroes ni ellos existen para defendernos. De manera justificada para la gran mayoría, esta primera sensación nacida en marzo pasado, ha sido desplazada por aquella más positiva generada recientemente por la posibilidad real de contar con el dinero que permita salir, con cierta dignidad, de un pozo económico, cuyas secuelas, consecuencias y realidades negativas abrió y dejó en dramática evidencia, la misma pandemia. No solamente era frágil nuestro sistema vital, sino que todo lo que hemos sido capaces de construir con nuestro particular y globalizado modelo utilizado para fomentar el desarrollo y el crecimiento de las personas y de la sociedad. Pero estas dos realidades externas a nuestras personas, no han dejado de producir sentimientos que parecían olvidados y enterrados en el individualismo extremo y en el afán de competencia consecuente, ambas características que suelen ser utilizadas para identificar la modalidad de hacer sociedad de las personas medias. Por algo surge de manera espontánea y también organizada, el esfuerzo colectivo, la asociatividad entre las personas, la solidaridad extrema y la empatía fraternal. En resumen, hablamos de sentimientos nacidos de la evaluación consciente que hacemos de la percepción de realidades que golpean fuertemente nuestros estados mentales y que afectan emocionalmente al colectivo humano. Como amplias son las sensaciones y variados son los sentimientos, las soluciones ofrecidas no están ajenas a una multiplicación generosa de las ofertas, incluso de aquellas consideradas, hasta hace muy poco, como soluciones altamente improbables.