Desde hace más de un año nuestra casa se convirtió en nuestro refugio ante la pandemia del coronavirus. ¿Cuántas veces soñamos quedarnos más tiempo en casa? ¿Cuántas veces anhelamos permanecer más tiempo en familia? Ahora, por una crisis sanitaria mundial se nos pidió quedarnos en casa. Y debemos obedecer ante este imperativo de encierro obligatorio porque reconocemos que la excepción de nuestro derecho a la libre circulación responde a la preservación de un bien mayor. En este caso estamos ante un virus muchos más mortal que cualquiera de los que combatimos cada invierno. ¿Alguien se ha acordado en estos días de otoño de la Influenza? El Covid-19 es un virus que jamás imaginamos, ni siquiera en las películas que de niño fuimos al cine de la mano de nuestros padres a ver. Pero esta obligación nos da cuenta de la impotencia de nuestros sistemas sanitarios para responder adecuadamente a una eventual escalada en la demanda de cuidados. Y ahora resulta que muchos descubren su casa. ¿Qué es una casa? ¿Qué tan extraño nos puede resultar ese lugar que apenas transitamos unas horas por día cuando debemos pasar semanas enteras allí? Una casa no es solo el soporte material que evidencia su presencia. Es fundamentalmente un hábito, una costumbre, una modalidad de estar a solas y con otros. Estar “como en casa” es para el viajero reconocer los usos y costumbres que le rodean como propios o familiares. Así, aunque no se encuentre en el domicilio que lo aloja habitualmente, alguien puede sentirse “en casa” si se replican las condiciones que reconoce por su familiaridad. Pero estos días hemos descubierto también que nuestra casa es nuestro refugio. Si te quedas en la casa no podrás contagiarte. Y si hay menos enfermos y la pandemia avanza más lento, podremos combatirla. Por eso se agradece la recomendación de quedarse en casa. Es la única forma, y así podremos nuevamente darnos cuenta de que no hay como estar en casa.