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Columna de opinión

Chile, un país triste

opinion
02/11/2021 a las 18:23
Periodista Web 3
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Javier Solís, Abogado

Si bien la pandemia ha afectado a todo el mundo y que las convulsiones sociales están a la orden del día de todos los noticiarios del orbe, no podemos dejar de centrarnos en lo que acontece en nuestro país. Las consecuencias del cambio climático, un volcán que no deja de arrojar lava y la llegada de la temporada de huracanes parecen querer darnos una señal de que debemos estar preparados para aquellas cosas que de tanto en tanto afectan a nuestra nación y que nos olvidamos como si padeciéramos amnesia postraumática. Los remezones llegan y muchas veces nos pillan dormidos y el daño es inconmensurable. Tenemos diversas visiones del tipo de sociedad que necesitamos para avanzar, pero hay una estructura política que ha estado procurando que nada se cambie para no perder los privilegios que se le han ido entregando en el correr de los decenios, y que han vuelto cada vez más poderosos a unos cuantos en desmedro de una gran masa de gente que se deja mecer y llevar al ritmo de las olas que bañan nuestras costas. No ha sido raro que se ha tratado de deslegitimar a la Asamblea Constitucional a través de un sistemático medio de desprestigio, burlas, chanzas y funas que los medios de comunicación y las redes sociales se han permitido realizar, festinando con los desaciertos y motivaciones que personas con muy buena intención, pero con nula formación política, han intentado poner en la mirada pública. Ha resultado exitoso para la opción del rechazo ir generando en nuestra bipolar mentalidad un efecto contracíclico: El 18-O no fue orquestado por una izquierda internacional poderosa como se dijo, sino por el cansancio del pueblo a la indignidad en que se vive. Fue el despertar. El plebiscito por una nueva Constitución marcó el paso de lo que se quería a través de un mecanismo inédito; 80-20 fue la opción de que no fuera redactada por una casta política. El resultado es el que está trabajando ahora y es triste ver como ese 80% se ha ido desentendiendo de lo que significó el resultado electoral que estructuró esa Asamblea. Qué triste es ver, sentir, oír y darse cuenta de esa bipolaridad, sustentada solo por el mecanismo de que hay que sumarse a lo que diga la mayoría, aunque sea irracional. Si son muchos los que se burlan de sus integrantes, de sus formas de vestir, de la manera de hablar, de los conceptos con los cuales llegaron al hemiciclo, ¿qué esperaban todos los que les dieron el voto cuando los eligieron? Hoy estamos en las puertas de una elección presidencial, parlamentaria y de cores. En la primera vemos la realidad de esa, nuestra bipolaridad y amnesia. El miedo que se ha generado en las campañas entre un comunismo y un conservadurismo extremo ha entrado en el ADN de nuestra sociedad y se están fortaleciendo posiciones extremas que en algún momento le hicieron mucho mal a nuestra nación. La intolerancia que se percibe en las redes sociales y en los debates nos lleva a una confusión enorme, donde el sentido práctico de todos los que votamos es que no sabemos hacia cuál barranco vamos a caer. El problema que se presenta es que son pocos los que se sienten identificados con los que hoy lideran las encuestas, pero es más fácil adherir a los que están más arriba en ellas que jugárselas por los principios que marcan nuestras vidas. El oportunismo político y la clara tendencia de los medios de comunicación de privilegiar a un solo sector del espectro están llevando a una situación de trincheras que hubiéramos querido superar con los procesos eleccionarios vividos, pero eso está muy, pero muy lejos de la realidad.

Chile y la gran parte de sus ciudadanos ven con tristeza lo que está pasando, mientras las “famosas encuestas” (esas que tienen intereses creados, con escasas muestras recogidas y con pésimos aciertos) tratan de llevar a la conciencia nacional hacia donde quieren. Hoy vemos cómo ha resurgido una élite que estaba tan callada y solapada como cuando Pinochet se levantó de su silla de ruedas al bajar del avión que lo trajo desde Londres. Nos olvidamos de eso y de toda la historia detrás de aquel gesto y seguimos dispuestos a ceder a la tentación de ser guiados por quien no solo no quiere nada con una nueva Constitución, sino que se las ha jugado para que sea un fracaso, tenga imagen de fiasco y, por último, si le resulta, potenciará la opción rechazo al plebiscito de salida. Nuestra bipolaridad puede darle la razón.

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