Probablemente, en el mismo momento en que el Senado estaba votando la eventual destitución del presidente de la República, la mayor parte de la población estaba más bien preocupada del resultado del partido de fútbol de la selección chilena contra Ecuador.
Este hecho habla por sí solo: es que el proceso iniciado con la acusación de la Cámara de Diputadas y Diputados contra la primera autoridad de la República ocupó en todo momento un lugar más bien secundario en términos comunicacionales. De hecho, la cobertura otorgada por medios de prensa internacionales fue mayor que la que se dio en medios locales.
¿Por qué sucede esto? Por lo visto, la atención política está mucho más concentrada en las elecciones del próximo domingo, considerada por la opinión pública como más relevantes para el futuro político del país.
Pero por otra parte, la figura y autoridad presidencial se encuentran fuertemente deterioradas y no juegan un papel determinante en términos comunicacionales y políticos.
Ello es consecuencia además de la crisis política que vive el país hace dos años y del deterioro qué produce un sistema presidencial extremo, que se debilita cuando el gobierno pierde la mayoría, generándose una inestabilidad que agudiza la anomia y las exigencias por un cambio de régimen. Son temas que necesariamente deben ser considerados en la discusión que se lleva a cabo con miras al cambio constitucional.
Pero si bien la irrelevancia comunicacional en torno a la acusación y su rechazo por parte del Senado salvó de momento al presidente de la República de una mayor y escabrosa exposición pública, el juicio histórico y el simbolismo del hecho siguen presentes como un hecho de la mayor , que condicionará futuras conductas políticas y éticas.
Porque el juicio que dará finalmente la historia con respecto a este proceso será seguramente mucho más contundente que el tratamiento que de momento le están otorgando los medios de comunicación.