Se funden y se confunden. Asoman y desaparecen. Mientras el mundo real, curiosamente, se hace cada vez más etéreo, incorpóreo, ligero, el mundo digital lleva las de ganar, omnipresente, atractivo, seductor, absorbente.
Ya me he referido someramente a este tema en anteriores columnas. Una, “Ya no es predominio, es dominio”; otra, “¿Appducidos?”, y la más reciente, denominada “¡Conectados, pero no comunicados!”. En ellas se releva la idea de que ya “somos algorítmicamente conocidos o predecibles”. ¡Revísenlas!
Prosigo. ¿Qué identifica, entre otras características, al mundo digital? Un hiperconsumismo, pérdida de lazos humanos, reconcentración en el yo, centralización en la obtención de resultados, de metas, de logros, participación en un canon centrado en la satisfacción personal, y ser copartícipes, al menos, de una cofradía digital de muchos e irrefrenables “me gusta”, del “compartir”, ambos, mínimos y recurrentes abecés de este mundo digital que glosamos.
El teléfono inteligente, aquel dispositivo infaltable hoy en el diario convivir, por cierto, objeto desechable, y cada vez más sustituible por uno más moderno, con mayor capacidad, mejor cámara y micrófono, insuperables han de ser estos en el teléfono (¿?), es el aparato principal, no el único, ya que se suman otros primos hermanos, culpable de un estado de cosas que participa de manera no inocente junto a nosotros, sus manipuladores, o digitadores, de una realidad digital cada vez más sin control.
La información, esa que va y viene, no nos pertenece, alguien ha tomado posesión de ella, y nos conoce, nos conoce más de lo que quisiéramos, y al parecer ya no hay vuelta atrás.
¿Qué hacer ante este escenario? Solo, solos no conseguiremos nada; unidos, sí, podríamos lograr algo. ¿Cómo hacerlo? Ser menos donosos con los “likes”, esos que damos de manera tan irrefrenable o cuantiosa, muchos quizás inmotivados, no pensados. Otra tarea, contener los “compartir” a diestra y siniestra, hagámoslo, pero de manera comedida, prudente. Así conseguiríamos mejor efecto en quien recibe lo compartido, y quizás minimizaríamos el riesgo de saturación de tráfico y en el “buzón” de nuestro circunstancial receptor. ¿Qué conseguiríamos? Disminuir el nivel de exposición virtual desde los dígitos, desde las yemas de los dedos, y seríamos un poquito menos visibles o expuestos.
Bajar el nivel de uso de los teléfonos inteligentes, al menos en lo referente al uso ocioso, no tentarnos con las ofertas, con los avisos de publicidad, y exponernos menos a la consulta en línea de artefactos, productos, de cosas, algunas cuantas innecesarias. Imponernos una meta, ¿cuál?, que semana por semana nos informemos que hemos disminuido el nivel de uso de los smartphones.
Propongo algo más, por ahora, hacer cosas manuales, construir un minijardín, hacer una huerta, por ejemplo; les decía a unas estudiantes, que a propósito de los envases de café ya consumido que portaban, que usen esos minidepósitos para plantar semillas de cilantro, de ciboulette, de menta, en fin, que se ocupen día a día de algo que les aparte aunque sean minutos de usar sus teléfonos. Urge hacerlo, permitámonoslo. ¡Hagámoslo!
¡Éxito y buenaventura! En unos meses más consulto.