En los últimos años nos hemos dado cuenta de que los actos delictuales pasan por todos los estratos, todas las esferas, y que los delitos están a la vuelta de la esquina y uno ni se imagina quiénes los cometen. Con el escándalo en Carabineros, el fraude de Garay, los casos Penta, SQM y Caval, muchos se sonrojan, pero nos damos cuenta de que no somos tan “blancos” como lo que creíamos hace un par de años, cuando ya no recuerdo quién fue el primero que se atrevió a decir que éramos “los tigres de Latinoamérica”, todo lo anterior pese a que las cifras digan lo contrario, ya que en Chile las investigaciones por corrupción no alcanzan ni siquiera el 1% de los delitos que ingresan al sistema de justicia penal; es decir, la corrupción, cuantitativamente hablando, es poco significativa. La realidad de hoy nos distancia mucho de ello, porque cuando no se termina por destapar un escándalo, aparece otro. Y muchos han involucrado a políticos y empresarios, por eso han generado más “ruido” en los medios de comunicación, pero nuestra memoria es frágil. Ningún país está libre de que algún sinvergüenza pretenda aprovecharse de su poder, político o económico, para satisfacerse. Y ante ello, en nuestras propias narices hemos visto cómo muchos utilizan la posición que ocupan para “instalar” a los suyos y favorecerlos a cambio de algo. O algunos parlamentarios han hecho enroques entre parientes para seguir instalados en el Congreso. Y eso existe, y acá en la Región de Magallanes y Antártica Chilena no nos sigamos haciendo los ciegos. Otros utilizan recursos públicos en provecho propio; hacen uso de información privilegiada, influyen en los legisladores para obtener normas o granjerías que beneficien los propios intereses, en perjuicio del interés de la población. Así es, y ya es hora de ponerle término.