Siempre será difícil dejar la tierra donde nacimos, y eso se complica más cuando decidimos migrar hacia otro país, con otras culturas y tradiciones. Si a eso le sumas las condiciones climáticas, la cosa se complica aún más, especialmente, cuando vienes de tierras cálidas como en el caribe. Compartimos con algunos extranjeros residentes en Magallanes, quienes nos cuentan cómo fue adecuarse a esta tierra y de qué forma les afectó el cambio de clima, un tema importante a la hora de decidir quedarse en la Patagonia.
Emily Bayona, tiene 20 años, es colombiana, lleva 4 años en Chile, tras decidir venir a realizar sus estudios universitarios. Según comentó, para ella el clima de Magallanes es “difícil y no es para todo el mundo, pero en mi caso, siento que pude adaptarme bastante fácil (...) No me gusta, no puedo decir que me guste el frío y el viento, pero siento que me pude adaptar bastante fácil, comprando ropa de invierno, outfits lindos para tratar de que no sea todo malo”.
Yraima Rondón González, tiene 43 años y lleva viviendo 1 año, 8 meses en Magallanes. Actualmente trabaja en una tienda comercial. Llegar a la región fue bastante duro para esta venezolana. “Al principio me la pasaba encerrada en la casa. La verdad es mejor aquí que en otras regiones del país donde no hay calefacción. Me gusta cuando cae la nieve y no me importa mucho si hace frío, porque hay que llevar la ropa adecuada. Lo único que sí me molesta un poco es el viento tan fuerte que te lleva los gorritos, las bufandas y si traes fundas y cosas en la mano, la tienes que agarrar fuerte. Lo demás me encanta, sobre todo la arquitectura, las vistas maravillosas y los amaneceres”, expresó.
Daniel Alejandro Blanco, tiene 35 años, está próximo a cumplir cuatro años en la región y siete años en Chile. Tras venir de vacaciones a Magallanes, se enamoró de esta región y decidió venirse a vivir. Actualmente, es guía certificado del Parque Nacional Torres del Paine. Para este venezolano, el clima le pareció “duro, fue adverso, realmente pensaba que viniendo en enero, me iba a sentir igual que Santiago, y contrario a lo que imaginé, mucho frío, muy helado, totalmente distinto. Ese primer año fue duro, fue complicado adaptarme. El segundo año, hasta mitad de 2020, en plena pandemia, fue que logré entender dónde estaba y qué es lo que estaba haciendo. Ese invierno dejé de usar la primera capa y hasta la fecha nunca más la he usado”.
Los tres entrevistados concuerdan en que el frío pasa a segundo plano cuando se comparan las maravillosas riquezas que tiene la región, demostrando además, que siempre es posible adecuarse a nuevas tierras, cuando hay coraje de por medio.