“Fuimos víctimas de una excesiva ideologización, donde cada uno quiso imponer su proyecto histórico y eso condujo a la ingobernabilidad del país”. Si bien esta frase del ex Presidente Aylwin fue pronunciada pensando en el Gobierno de la Unidad Popular, pareciera ser que es aplicable al Chile de hoy.
Al igual que en muchos otros lugares del mundo, Chile está sumido en una crisis política. Quienes llegaron al poder prometiendo hacer las cosas de una manera distinta, han demostrado ser tanto o más viciosos que las personas de la “generación anterior” a la que tanto criticaron, particularmente por tener conflictos de interés y vincular el dinero y la política. Todo esto, mientras paralelamente implementaban, sigilosamente, el mecanismo de los convenios entre fundaciones y el Estado, que el propio Gobierno ha calificado como actos de corrupción. Es curioso que, hace poco más de un año, el ahora ex Ministro Giorgio Jackson, hablando precisamente sobre corrupción, haya dicho que “en nuestra generación, o al menos si es que nosotros llegáramos a ver algo parecido en nuestra administración, esos se van a ir cagando. Eso no puede pasar.” Finalmente, “eso” terminó pasando y el señor Jackson ha abandonado el gabinete.
Creo que uno de los mayores problemas que está detrás de esta crisis política es la falta de diálogo, que redunda en la imposibilidad de alcanzar los acuerdos que, durante décadas, fueron responsables del progreso del país.
Aunque este problema existe en Chile y en otras latitudes, nuestro país está viviendo un proceso que, si llega a buen puerto, podría ayudarnos a salir de esta crisis: la discusión de una nueva Constitución. Teniendo claro que la constitución no es una varita mágica que permita resolver muchos de los problemas cotidianos que tanto nos aquejan (como la delincuencia, las bajas pensiones y las interminables listas de espera), se trata de la norma legal que define, entre otras cosas, las bases de nuestro sistema político. Se trata de una oportunidad que no debiésemos desaprovechar, con independencia de si nos gusta o no la forma en que llegamos a vivir este proceso.
El día de ayer, muchas personas que queremos un país libre y próspero, tuvimos un encuentro cuya finalidad principal era, precisamente, dialogar. Conversar, desde distintos puntos de vista, sobre lo que el proceso constitucional en curso podría significar para el futuro de Chile, así como también respecto de economía, política y sociedad. Aunque los acuerdos no sean inmediatos, tengo la esperanza de que ellos puedan construirse, de acá a final de año, en torno al nuevo texto constitucional. Una constitución que no sea producto de la rabia ni del resentimiento. Una constitución que no busque refundar el país, en cuya discusión no existan imposiciones, maximalismos ni cancelaciones. Una constitución que, de una vez por todas, se convierta en la casa de todos y que nos permita volver a progresar.