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Columna de opinión

Desacuerdo a cincuenta años del golpe: el abrazo del oso

opinion
17/09/2023 a las 16:47
Pablo Oyarzo
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Rodolfo Arecheta, Abogado

Una manifestación de la fisura existente en la sociedad chilena fue la imposibilidad de que gobierno y oposición acordaran una declaración conjunta respecto a lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973. Si bien las peroratas de lado y lado enturbiaron los verdaderos motivos que llevaron a la oposición a negarse a suscribir tal declaración. Con el correr de los días, la confusión se ha ido disipando, haciendo evidente que una declaración como la propuesta por el gobierno, que solo incluía compromisos respecto a lo sucedido después del golpe, omitiendo por tanto todo lo que pasó antes del mismo, simplemente no podía ser aceptada ni por la oposición ni por ningún ciudadano de a pie a quien le interese una reflexión sincera sobre lo ocurrido ese día.

El Presidente hace poco señaló que el golpe no era separable de lo que vino después. Y tiene razón. Es imposible negar que quienes se tomaron el poder ese 11 de septiembre no solo desataron la barbarie, sino que desde esa posición usaron al Estado para la ejecución, tortura y desaparición de miles de compatriotas. Estas atrocidades, sin embargo, fueron condenadas no solo en la declaración del gobierno, sino que en las de los distintos partidos de centro derecha. Por tanto, existía acuerdo a este respecto.

Lo que no señaló el Presidente es que, como cualquier acontecimiento histórico, el golpe también es inseparable de lo que ocurrió antes. Y es precisamente esta obviedad la que el gobierno pretende que todos olvidemos. Y quien no lo haga, será acusado de golpista y violador de derechos humanos.

Lo cierto es que a estas alturas no cabe duda de que la UP no necesitó a nadie que le “hiciera la cama” para explicar su fracaso. Después de todo, es obvio que imprimir grandes sumas de dinero –aumentando en un 400% su circulación– fijando precios y subiendo indiscriminadamente los sueldos de los empleados públicos traería la ruina económica del país haciendo campear el hambre. Tampoco hay que ser muy hábil para saber que un programa político cuyos objetivos eran la nacionalización de los recursos naturales, empresas extranjeras y la banca, sumado al reemplazo del Congreso por la “Asamblea del Pueblo” (órgano unicameral que manejaría los tribunales), iba encaminado a una “democracia” donde esa palabra tiene el mismo significado que cuando hablamos de La República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte).

Mucho se ha especulado sobre si el golpe era o no evitable, debate algo absurdo tratándose de acciones humanas voluntarias, que son de suyo evitables. La pregunta relevante es quién tenía el deber de evitarlo y qué responsabilidad le cabe a cada uno en llevar al sistema político al desfiladero. Y es impensable afirmar que a Allende y a la UP no les cabe responsabilidad alguna en este baile, sobre todo en un sistema presidencialista como el de la época. Es cierto que existe una larga distancia moral entre llevar al país al abismo –económico, social y político– y la barbarie que le sobrevino. Pero estas atrocidades no eximen a la UP de su cuota de participación en el quiebre institucional de Chile.

El problema del texto propuesto por el gobierno fue precisamente ocultar cualquier asomo de responsabilidad de la izquierda en la crisis política que culminó en el golpe. De hecho, el gobierno no solo omitió la mitad de la película, sino que, además, utilizó la fecha para llevar a cabo una beatificación de Allende y la UP. Esto confirmó las sospechas de la oposición, que vio la invitación a firmar el acuerdo no como un acto de reconciliación, sino más bien como un abrazo del oso que la subía al banquillo de los acusados para que los deportistas de la superioridad moral del gobierno hicieran su performance pública.

Y no es que no hubiese alternativa. Un acuerdo sincero podría haber pasado por asumir que hubo errores y horrores de los que cada cual tiene que hacerse cargo, sin que estos sean equivalentes. Lamentablemente esto significaría cuestionar la figura de Allende, algo para lo que cierta izquierda no está disponible. Como dijera hace poco Oscar Garretón (quien fuera subsecretario de economía de Allende, y que nadie puede tildar de golpista o pinochetista): “la única sanación posible es que todos asumamos que algo hicimos mal”.

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