Hace bastante tiempo la educación parece haber sucumbido ante la farra, flojera, indisciplina, ladrones y otro gigantesco grupo de vociferantes que no tienen la más mínima intención de estudiar, por el contrario, degradan el sistema que promete calidad, superación y transformación, claro, probablemente para unos pocos, y estos son los que se forman y estudian generalmente en colegios privados, universidades privadas y otros tantos organismos de entidad superior cuyo perfil también es privado. Tal vez, el aclamado becerrito de oro llamado “Estado” tiene envuelto a esos docentes que habitan el sistema público en una situación de vulnerabilidad, angustia, desolación y profunda crisis vocacional, esa que en el último tiempo es visibilizada a través de faltas de respeto por parte del alumnado escolar hacia el profesor, ya que para el caso universitario, el docente en muchas veces debe bajar la exigencia, cantidad de lectura y rigor intelectual en pro de mantener contento al sistema donde se ve envuelto, dicho sea de paso, donde los estudiantes cada vez tienen más atribuciones y nulos o escasos deberes.
En primer lugar, el actual sistema de educación en Chile refiere de manera casi digna de llanto lo siguiente en su web oficial: “La misión del Ministerio de Educación es asegurar un sistema educativo inclusivo y de calidad que contribuya a la formación integral y permanente de las personas y al desarrollo del país, mediante la formulación e implementación de políticas, normas y regulación, desde la educación parvularia hasta la educación superior”. Una ironía, ya que el sistema no promueve mucha calidad que digamos, de hecho, si hablamos de PAES, PDT y PSU, encontramos en el último ranking que 97 de 100 colegios del país que obtuvieron los mejores resultados corresponden a establecimientos particulares pagados el último año. El Liceo Augusto D’Halmar de Ñuñoa es el más destacado de los municipales en el puesto 21. Entre los emblemáticos, el Instituto Nacional figuró 13° en la PSU de 2014 y este año no aparece en la lista de los mejores 100. Claro, es que el “precioso” Instituto Nacional está probablemente más preocupado en sus filas internas por debates de pseudoideas, ideologías baratas y capear la mayor cantidad de clases que se pueda. Por otro lado, en el caso de las universidades los resultados dan por ganadoras en materia de calidad e investigación a las principales universidades privadas de Chile, donde la única pública que sobrevive en los primeros lugares es la Universidad de Chile, que, entre paréntesis, si esta continúa permitiendo que los “niñitos” de pregrado le doblen la mano, podría caer en un nicho político más que académico. Ahora bien, según el ranking QS (Quacquerelli Symonds) las mejores universidades chilenas son la U. Católica de Chile, la U. de Chile, la U. de Santiago, la U. Adolfo Ibáñez, la U. de Concepción. También destacaron las U. de Católica de Valparaíso, la U. Técnica Federico Santa María, la U. Diego Portales, la U. de los Andes y U. Andrés Bello. ¿Quién tiene más presencia? ¿Las privadas o las estatales? La respuesta es claramente irrefutable. Entonces, no es de asombrar que las universidades para hacer investigación, dar cátedra y realizar trabajo intelectual sean de preferencia las privadas por parte de los docentes en Chile.
En segundo lugar, Pivotes (Centro de Incidencia Pública), reconstruye una especie de panorámica a través del siguiente escrito “Reformas Educacionales: Una década de promesas incumplidas”, cuyo principal objetivo tiene estrecha relación con el eslogan “La reforma en marcha”, lineamiento esbozado durante el segundo gobierno de la exmandataria Bachelet. La web oficial del centro respectivo rememora a nuestro imaginario social lo siguiente: “Otro pilar de la reforma fue la implementación de la gratuidad en la educación superior, cuyo mensaje presidencial afirmaba que promovería la equidad e inclusión. Sin embargo, la política de gratuidad no ha aumentado la inclusión de estudiantes de bajos ingresos, ya que las principales barreras para acceder a la educación superior en Chile no están relacionadas con los mecanismos de financiamiento, sino con la calidad de la educación en los niveles escolar e inicial. ¿De qué sirve la gratuidad a un estudiante de escasos recursos si no logra ser admitido? La gratuidad sí ha aumentado el gasto público en educación superior, triplicando su presupuesto entre 2014 y 2023”. Por ende, las carencias vuelven a estar presentes en el sistema educativo primario, donde en ocasiones el nivel de docentes es paupérrimo, aunque muy bien ensamblado con alumnos adictos al mínimo esfuerzo. Ni hablar de la universidad, donde la culpa la tiene el docente por “no entender los vacíos formativos que arrastran sus alumnos”, como si ello fuera parte de las nuevas obligaciones de un profesor universitario, me parece que el sistema que no dice la verdad, ya que la excelencia y rigurosidad una y otra vez es contemplada a través de lo privado, porque hasta ahora, la educación pública (en términos generales y con algunas excepciones), es pan y circo para un pueblo hambriento de migajas.
La cultura chilena se caracteriza por culpar a otros, incluso, teniendo consciencia de la evidencia empírica, probablemente esta no sea la excepción, sin embargo, hacernos algunas preguntas, suena bastante sensato para un diálogo cívico, tolerante y responsable. De ahí que surjan interrogantes tales como: ¿Será que los docentes en colegios públicos están aburridos del sistema escolar que se arrastra hace años? ¿Qué nivel de compromiso podríamos esperar por parte del alumnado en un establecimiento educacional público si hace años que “se soltó la mano en materias de exigencia y disciplina académica”? ¿Son los docentes en un colegio público el patio trasero de la educación escolar en Chile? ¿Habrá que sacar a esos profesores que continúan siendo un mero número por su discreto nivel? ¿De qué manera los académicos en las universidades pueden mantener el nivel de una disciplina si en los últimos años cada vez es menos el puntaje que se exige para entrar a una carrera profesional? ¿Es realmente culpa del docente universitario la ausencia o precaria comprensión lectora que los estudiantes pudiesen albergar? ¿Cómo avanzar en el sistema de educación actual, si con solo tocar un botón vemos que el barco hace agua por diversos lados? Tal vez, por esto y por más los docentes albergan deseos de hospedar el espacio educativo privado en el país, uno que no está exento de errores, pero si vigente en aquellos ranking de calidad, rigurosidad y con un alumnado de nivel, ese que penetra la esfera pública, respeta al maestro y se convierte en la nueva camada de profesionales para el país. Esto es lo que en parte podríamos titular, “lo que callan los docentes en Chile”.