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columna

Un cabo suelto

opinion
23/09/2024 a las 13:45
Pablo Oyarzo
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Rodrigo Ojeda, Profesor de historia

No se trata de un descuido al navegar o alguna materia por dilucidar. Es la historia de un suboficial de carabineros que fue acusado de “homicidio frustrado” tras el caso Pío Nono. El cabo Zamora, fue formalizado, quedó en prisión preventiva, dado de baja y condenado por moros y cristianos en redes sociales y medios de comunicación. El diputado Boric señaló “barbarie”, la diputada Vallejos refirió “brutalidad” y los diputados Jackson y Cariola catalogaron de “criminal” lo sucedido. Ejemplos de la generación política que dispara a mansalva desde el lenguaje, propagando odio, desde el octubrismo que mediante la danza del fuego acorraló a las instituciones hasta la rendición constitucional. Llamaron a refundarlo todo de la mano de encapuchados y “manifestantes” del descontento, y del asedio comunicacional en contra del uso de la fuerza y el restablecimiento del orden público.

Durante el año 2020 en pandemia, existieron rebrotes de manifestaciones en la olvidada plaza dignidad. El día D en octubre, reunió a distintos actores en un escenario vertiginoso. Esa tarde, llegó la orden de intervenir: “dispersar y detener”. El cabo 11-25 identificó a un encapuchado, corrió cumpliendo la orden y su función policial de aprehensor. En el puente chocaron dos jóvenes, con distintas motivaciones y vestimentas. Uno cayó al río con lesiones y una pensión de gracia. El otro, desde ese día comenzó un calvario personal, profesional y social. De pronto, el excarabinero Zamora pasó de funcionario a policial a enemigo de clase del octubrismo e imputado, de custodio del orden público a sufrir el ostracismo; una contienda desigual entre el joven porteño, la fiscal Chong y la izquierda refundacional.

El cabo Zamora, a sus 22 años, fue parte de la extinta unidad de Fuerzas Especiales rebautizada con el nombre de Control de Orden Público (COP). Fue uno de los tantos jóvenes en formación policial que salieron a la calle en pleno 2019, cuando el país ardía y las plazas eran tomadas día a día mediante un ritual de protestas y destrucción, mezclando artificiosamente el derecho a manifestarse con los atentados a los bienes públicos y privados. Con un imaginario que nos impuso la necesidad de una “primera línea” garante del derecho constitucional de la manifestación, enfrentados a los que realmente están mandatados a resguardar el orden y la seguridad pública. El relato de ese entonces (no extinto del todo), alteró los roles e instaló un antagonismo entre la protesta social y los uniformados, rebautizados en represores de los manifestantes con su pliego incendiario de dignidad.

Cuatro años después, el veredicto unánime absolvió al cabo Sebastián Zamora de las acusaciones de la fiscal Chong. La defensa de Zamora dilucidó el entramado judicial y el evidente sesgo de ciertos fiscales que sin capucha creen en los antagonismos sociales. Zamora en todo momento declaró su inocencia y su deseo de reincorporarse a la institución policial, ya que ve en la posibilidad de ayudar y proteger con sentido social, tal como lo aprendió en su etapa de escolaridad salesiana. Esa verdadera preocupación social que se manifiesta en el día a día por cientos de anónimos, con o sin uniforme, y no esa “preocupación” de grandes discursos y consignas, que llegaron en los morrales revolucionarios del frenteamplismo. Esos mismos que acusaron a Zamora y a otros de todos los males de la república. Los mismos que decidieron agudizar las contradicciones sociales y los antagonismos fratricidas con el roñoso manual de la lucha de clases, odio, opresiones infinitas.

Al día de hoy, ninguno de ellos ha condenado tajantemente la violencia del “estallido”, por el contrario, la justifican en la existencia de otras violencias institucionales e históricas o se refieren a costos marginales en lo material tras las movilizaciones. Tampoco se arrepintieron de sus calificativos sobre Pío Nono de: “barbarie, criminal y brutal”, sin el debido proceso.

No lo harán porque los fines justifican los medios al silenciar y acorralar a los enemigos, con o sin uniformes. La toma del poder no sabe de arrepentimientos. El cabo Zamora, quiere seguir en la calle porque sabe que sin orden no hay patria, democracia ni paz social. Vuelve con algunas lecciones para la vida y su profesión ya que decidió no rendirse ante la injusticia y condena social de la nueva y vieja izquierda. Su compromiso se mantiene intacto.

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