Semana tras semana, la misma escena se repite en Magallanes: accidentes de tránsito provocados por conductores ebrios. Es una realidad dolorosa y frustrante que, a pesar de las campañas, las leyes y las trágicas consecuencias, parece no calar en la conciencia de algunos. ¿Cuántas vidas más deben ponerse en riesgo? ¿Cuántas familias deben sufrir la pérdida de un ser querido para que entendamos que el alcohol y el volante son una combinación mortal?
La irresponsabilidad de quienes deciden conducir bajo los efectos del alcohol no sólo los pone en peligro a ellos mismos, sino que convierte las calles de nuestra región en una ruleta rusa para todos los demás. Padres de familia, jóvenes, niños… cualquiera puede ser la próxima víctima de una decisión imprudente.
Es cierto que las autoridades han intensificado los controles y las sanciones. Las leyes son cada vez más estrictas, y las penas por conducir en estado de ebriedad son considerables. Sin embargo, la persistencia de estos incidentes nos obliga a reflexionar: ¿Estamos fallando como sociedad en el mensaje que transmitimos?
Quizás sea momento de ir más allá de las cifras y las multas. Necesitamos una conversación profunda sobre la cultura que permite que esta situación persista. ¿Por qué algunos individuos sienten que pueden ignorar las normas y poner en riesgo la vida de otros con tal de “disfrutar” una noche? ¿Qué falta para que la empatía y la responsabilidad sean el motor de nuestras decisiones?
La solución no es sencilla, pero requiere el compromiso de todos. Desde la familia, educando a nuestros hijos sobre los peligros del alcohol y la conducción. Desde los amigos, interviniendo cuando vemos a alguien a punto de cometer una imprudencia. Desde los bares y restaurantes, fomentando el consumo responsable y ofreciendo alternativas. Y, por supuesto, desde las autoridades, manteniendo una fiscalización constante y aplicando la ley con todo su rigor.
Magallanes no merece seguir siendo escenario de estas tragedias evitables. Es hora de que, como comunidad, digamos basta. Es hora de aprender la lección de una vez por todas: si bebes, no conduzcas. Es así de simple, y es la única manera de proteger la vida de todos.