Estarán un año en Nueva Zelanda y el viaje ha sido un experiencia enriquecedora para los tres jóvenes magallánicos Juan Stipicich Liendo, de 26 años, ingeniero en transporte de la Universidad Católica de Valparaíso; Camila Marín Pacholec, de 25, sicóloga de la Universidad Adolfo Ibáñez de Santiago y Álvaro Soto Valle, de 27 años, comunicador audiovisual y fotógrafo de la Universidad Mayor de Santiago.
En contacto con Pingüino Multimedia, Stipicich cuenta que no se trata de una beca. “La Working Holiday Visa New Zealand, da la opción de trabajar, estudiar inglés y viajar en el país durante un año. El acceso a esta visa es por medio de la página de inmigración de NZ, un día y hora específica al año, los cupos son limitados (alrededor de 1000 para Chile) y se aprueban las visas por orden de llegada, cumplimiento de requisitos, información fidedigna y pago final. Esta visa también da la opción de extenderla por tres meses más cumpliendo con cierta cantidad horas de trabajo en el país en áreas específicas determinadas por inmigración, como por ejemplo agricultura”, dijo.
El primero en llegar a Nueva Zelanda fue él, hace un año. Comenzó su experiencia realizando un curso de inglés por tres meses en una academia de la ciudad de Auckland, luego se desempeñó en trabajos esporádicos como la construcción y como operario en un centro de distribución, para finalmente establecerse trabajando en una fábrica de pastas frescas por tres meses.
En abril de 2015, llegaron a Nueva Zelanda Camila Marín y Álvaro Soto, en plena temporada de cosecha del fruto característico del país: el kiwi. Los jóvenes decidieron dejar Auckland y viajar al sur de la Isla Norte.
“Debido al esfuerzo que requería el picking, decidimos trasladarnos al pueblo Te Puke, a trabajar en una packhouse, en que luego de recolectados los kiwis, se empaquetan para su posterior distribución. Los roles principales consisten en el armado de cajas, empaquetado de la fruta, control de calidad, etc. Si bien las actividades en este trabajo son simples, se convierte en algo rutinario, por 11 ó más horas al día de lunes a sábado por el sueldo mínimo”, dijo el ingeniero.
Luego de dos meses, debido al fin de la temporada, se trasladaron a la Isla Sur, a la ciudad de Christchurch. “En el trayecto conocimos parte de ambas islas y pasamos un par de días por la capital de Nueza Zelanda, Wellington”, cuenta y agrega “La razón del traslado a Christchurch, es que circulaba un rumor de que habían muchas oportunidades de trabajo debido a la reconstrucción por el terremoto del año 2010”, reseñó.
Stipicich trabajó también en una empresa familiar llamada Ezy Foundz en el área de la construcción. Trabajo de horario flexible, que también requiere de mucho esfuerzo físico y resistencia ante las condiciones climáticas.
Por otra parte, Álvaro Soto y Camila Marín fueron contratados en una procesadora de embutidos llamada Hellers, desempeñándose como operarios en el departamento del procesamiento y empaquetado de tocino en cámara de frío.
Volver a Chile
Los tres magallánicos tienen planes de retornar a Chile después de esta experiencia. Sin embargo, antes de hacerlo la idea es continuar viajando por Australia, Islas del Pacífico y Asia, debido a la poca distancia que existe desde Nueva Zelanda en comparación con Chile. “Todo esto gracias al dinero ahorrado de las temporadas de arduo trabajo”, afirmó Stipicich. Además, contó que como trabajadores extranjeros debieron acostumbrarse a las características propias de esa idiosincrasia tan distinta a la chilena: “Las personas acostumbran a eructar y soltar gases públicamente y sin vergüenza. La gente anda sin zapatos en la calle. Los escolares sólo usan short y las niñas faldas muy largas. Los sueldos y el pago de las cuentas son semanales. En las bencineras no hay bombero, sólo auto servicio. En el supermercado también, hay auto cajas para pagar y las bolsas de plástico las cobran. La gente lleva cajas de cartón o bolsas reutilizables. Hay mucha cultura de reciclaje en los hogares y lugares públicos con distintos tipos de basurero”, enumeró.
Describió que de su experiencia en esa isla, la que posee poco más de 4 millones de habitantes y que su desconexión con el resto del mundo, la hace una de los lugares más caros para vivir, - lo que más llamó la atención de los magallánicos es que no existe el bullying escolar y la discriminación está penada por ley.