Hace unos días en un programa de tv primó la moral por sobre el malentendido derecho de expresión. Los ofendidos han amenazado con suculentas y faranduleras demandas mientras se preparan para ganar adeptos en su nueva aventura politiquera. A río revuelto oportunidad para mostrar los dientes y desenvainar los sables de la extrema derecha, de aquella que pide consideraciones especiales para ser oídos hoy en democracia, cuando en dictadura no permitían a nadie disentir.
La facilidad de palabras, la ligereza de los argumentos, las camisas blancas y cortes de pelo impecables, los apellidos rimbombantes son atractivos a aquellos que añoran al Capitán General. Tienden a reunirse y reagruparse como el mercurio, con el mismo riesgo de tan letal elemento. Hay personas que creen que pueden andar por la calle, cuales matones, violentando a los que piensan distinto, buscando pantallas y espetando cual metralla con su verborrea hiriente y salivosa. Tienen una necesidad enfermiza de escucharse y motivar a un segmento antipático social que se satisface de los logros conseguidos a base del sufrimiento de los demás.
Difícil será que acepten una realidad distinta, aunque se les muestre de todos los colores, aunque esté avalada con testimonios, cicatrices y mutilaciones, aunque la confirmen las mentes cuya ética es reconocida de manera internacional. Cualquiera puede escribir un libro, más aún si es de historia.
Antiguamente era fácil pues las fuentes eran escazas y los narradores se hacían famosos. Baradit nos ha dado una forma distinta de apreciarla y, por fin, podemos cuestionar. Estemos o no de acuerdo con su visión, no ha dado elementos para no confiar en todo. Escribir hoy es distinto y no puede haber desprolijidad. Negar lo evidente, aquello que es incuestionable, es maldad pura que raya en la amoralidad, porque contagia a los cómplices pasivos a justificar con “se la habrá buscado”, “¿quién le mandó?”, “no fue para tanto” y otras frases fáciles de repetir. Duele leerlos en la simpleza vergonzosa de las redes sociales, en sus grupos de ws, o en sus reuniones sociales. “Hagan creer al pueblo que el hambre, la sed, la escasez y las enfermedades son culpa de nuestros opositores y hagan que nuestros simpatizantes se lo repitan en todo momento”, fue parte del legado propagandístico de Goebbels y lo vemos contagiado en nuestra sociedad, en muchos que consideramos nuestros amigos, pero en muchos más que ven enemigos en el resto del país.