La noticia de la llegada de la Nao Victoria al puerto de Sevilla tras haber completado la primera vuelta al mundo corrió como la pólvora por toda Europa. Fue considerada “la mayor y más nueva cosa que desde que Dios crio el primer hombre se vio” en palabras del cronista del siglo XVII Antonio de Herrera. Y la apasionante historia de este viaje resulta hoy, casi quinientos años después, tan atractiva como lo fue desde el primer momento.
Pese a ello, hubo un factor que resultó determinante en la consecución de esta hazaña, y del que se ha hablado poco: la ilusión; porque algo tan humano y sencillo como la ilusión por ser los primeros en conseguir dar la vuelta al mundo, por saberse formar parte de la Historia de la Humanidad, fue lo que impulsó a nuestros marinos y exploradores a tan grande gesta.
Para entenderlo nos debemos trasladar a las Islas de la Especiería, o Islas Molucas, un archipiélago remoto ubicado al otro lado del mundo, en el extremo oriental de la actual Indonesia. Hasta allí habían llegado los por entonces 107 o 108 supervivientes de la expedición de Magallanes -no tenemos la certeza del número exacto-, cumpliendo así el objetivo con el que habían salido de Sevilla hacía ya más de dos años.
El capitán Hernando de Magallanes había muerto meses antes, librando un combate con los nativos de Mactán, en Filipinas. De las cinco naves con que partieron, solo restaban por entonces dos, la Trinidad y la Victoria, y ambas se encontraban surtas y llenas de clavo de olor dispuestas para emprender el viaje de regreso a España desde la Isla de Tidore, donde el rey local Almasur les había tratado de forma muy amistosa.
Islas de las Especias
Las Islas de la Especiería, o Islas Molucas marcaron el punto de retorno de la expedición. En la Isla de Tidore, la Victoria y la Trinidad cargaron el clavo de olor.
António Pigafetta, un hidalgo veneciano que se había embarcado ávido de aventuras, nos cuenta en la relación que publicó con sus vivencias, bajo el título Primo Viaggio Intorno al Globo Terracqueo, que ambas naos iniciaron el viaje de vuelta juntas, pero que en el mismo momento de zarpar la Nao Trinidad sufrió una entrada de agua por el casco. No se trataba de una simple vía de agua, sino que las cuadernas se habían desencajado, resultando forzoso realizar una reparación que iba a requerir varios meses de trabajo. Era un contratiempo muy grave. Urgía irse de allí.
Permanecer en las Molucas resultaba peligroso debido a que el rey Manuel de Portugal había dispuesto una armada que fuera en su búsqueda, dispuesta a darles caza. Los expedicionarios lo sabían porque mientras estaban cargando las naves de clavo apareció un portugués, Pedro Alonso de Lorosa, que les puso al corriente de esto. Acuciados por la noticia, se tomó entonces una importante decisión conjunta: la Nao Victoria zarparía de inmediato mientras la Trinidad debería quedarse allí para ser reparada. Pudieron haber permanecido juntas pero optaron por separarse para que al menos una de ellas evitara el riesgo de caer en manos portuguesas.
Estamos ante la clave de todo esto. Nuestros expedicionarios consideraron que lo más seguro era dar la vuelta por el Pacífico. Es la opción más adecuada para un navío poco fiable.
Y ello nos lleva a pensar, ¿por qué Elcano y la Victoria no siguieron esta misma ruta? ¿por qué continuaron navegando hacia el Oeste? La opción elegida por Elcano implicaba riesgos aún mayores que la vuelta por el Pacífico, porque iban a tener que adentrarse en territorio enemigo: la demarcación portuguesa del Tratado de Tordesillas.
Toda la costa africana, incluso la de India y más allá pertenecía al reino de Portugal en virtud de este tratado por el que 27 años antes se había dividido el mundo en dos mitades, una para España y otra para Portugal.
Los portugueses ya habían establecido bases logísticas a lo largo de la costa africana, y habían alcanzado Asia, manteniendo una presencia continua en todos estos territorios y mares.
?Por este motivo, Elcano sabía que no podría acercarse a la costa africana. Ello supondría exponerse a ser descubierto y apresado por los portugueses.
Debería navegar siempre alejado de la costa para evitar ser detectado y, por tanto, cruzar el desconocido Océano Índico en latitudes Sur por las que nunca antes lo había hecho nadie. Nunca podrían detenerse en la costa para avituallarse de agua o alimentos, a riesgo de ser apresados.
Por ello, harían el viaje entra las Molucas y España sin hacer escalas. Así se decidió y así se ejecutó.