El debate constitucional no es un debate de expertos, es un debate ciudadano. Lo anterior, quiere decir que todas las propuestas, ideas o voluntades que vertamos sobre las materias que creemos deben estar presentes en la Convención Constitucional, hay que tomarlas como aproximaciones a la verdad, más que como verdades absolutas, ya que nuestra disposición con el proceso debe ser entendida como la construcción colectiva de la verdad, y no como recetas mágicas individuales.
La propuesta constitucional que algunas y algunos pretendemos impulsar, busca que el pueblo chileno se dote de un sistema institucional eficaz que, respecto de todas y todos los habitantes de nuestra tierra, garantice y promueva de mejor manera tres dimensiones fundamentales: Dignidad, democracias y derecho.
En este momento, nos centraremos en dignidad y derecho, pero ¿qué significa?, lo primero es que afirmamos la Dignidad de la Persona, esto es, el reconocimiento que el ser humano tiene, siempre y en todo contexto, el derecho inviolable a ser tratado con respeto, como un fin y no como un medio, cuestión que es algo que debiese ocupar un lugar central en la Nueva Constitución.
Cuando hablamos de Derecho, lo hacemos pensando en un nuevo establecimiento de un sistema de derechos fundamentales, en donde la igualdad debe cruzar el corazón de esta propuesta. Lo anterior, referido a que sin importar donde nazcas, tu condición sexual, tu religión, etc, tengas una gama de derechos fundamentales asegurado, de tal forma que esta comunidad – el país – brinde a todos sus hijos e hijas, la posibilidad de desarrollarse en igualdad de oportunidades.
Lo anterior evidentemente comprende la necesidad de repensar el modelo de Estado que queremos (cuestión que abordamos en la columna de la semana pasada, que ponía el foco en terminar con el Estado Subsidiario), pero también en la forma en que nos relacionaremos, es decir, internalizar en cada chilena y chileno, nuestra propia responsabilidad de conferirle a cualquier habitante de nuestro territorio, su derecho a ser tratado con igualdad.
En consecuencia, el proceso constituyente no es sólo un cambio en la arquitectura constitucional, es también un proceso de cambio en nuestra propia cultura y la forma en que nos relacionamos. Ese proceso cultural inició su curso hace mucho, con una ciudadanía comprometida y movilizada, ahora basta, no desaprovechar la oportunidad de hacer navegar hacia tierra firme ese enorme sentimiento de vivir en un país mejor.