El pasado 18 de octubre se conmemoró el segundo año del denominado “estallido social”. La jornada, que se anticipaba marcada por violencia, destrozos, daños a la propiedad pública – privada y saqueos varios, no decepcionó en ninguno de los aspectos antes mencionados. Personas volcándose a las calles, no en el volumen de años anteriores, fuegos artificiales varios y consignas del tipo “Chile despertó” además del ya clásico cántico dirigido al jefe de Estado. Sin embargo, los días posteriores, en algo similar a lo ocurrido hace dos años, de la efervescencia de la manifestación pasamos a la habitualidad del día a día. Vale decir, en 24 horas pasamos de la rabia desatada y descontrolada a la paz, casi como un “borrón y cuenta nueva” o “aquí nada ha pasado”. Vivimos en una constante de rabia e ira contenida que tiende a explotar, cual olla de presión, cada cierto tiempo en el fragor de la temperatura. Pero una vez liberada esa energía pareciera retorna esta estabilidad falaz y delicada propia del raigambre social de los últimos años, especialmente desde 2019 a la fecha. Pareciera que estas manifestaciones sociales fueran lugares más bien de catarsis que de claridad respecto a las demandas y exigencias ciudadanas. De hecho, al preguntarles a las personas que concurren a estas movilizaciones por sus motivaciones el denominador común es “estamos chatos de los abusos”, “los políticos mienten”, “los convencionales mienten”, “los empresarios mienten”, “los medios mientes” y así. En la práctica, todos mienten salvo quienes concurren a manifestarse. Otro concepto que se repite es el de “cambio” pero al momento de confrontar qué cosas cambiarían, como lo harían y el por qué lo cierto es que la mayoría de las personas desconoce los mecanismos, no sabe y espera que otro lo haga. Por cierto, que duda cabe, los más radicales dirán que los cambios emanan desde la movilización social. Y quizás en esto tiene algo de razón, pero omiten (probablemente por desconocimiento e ignorancia) algo clave: en la historia de la humanidad todo cambio, cualquiera que sea, ha tenido momentos de violencia, conflicto y guerra inclusive. Ningún cambio social, y todo lo que conlleva, se genera en paz (distinto a una transición post guerra o Dictadura). Como sea, Chile es un país que pasa normalmente por diversos estados de ánimo y que en el contexto de la polarización que estamos viviendo se exacerban. Que duda cabe además que tras el encierro y los cambios en las conductas generados por la coyuntura sanitaria del COVID-19 la calidad de vida y salud mental de las chilenas y chilenos se volvió aún más crítica de lo que ya era. Esas conductas extremas, polarizadas, están tensionando permanentemente las formas de relacionarnos poniendo en jaque no sólo la capacidad escucharnos y dialogar, sino también en una especie de “normalización” de aquellos hechos o situaciones vinculadas a violencia: no es normal que una manifestación sea excusa para saquear, robar, violentar y vandalizar. No es normal que terroristas hagan y deshagan en la Araucanía. No es normal que el narcotráfico ocupe y gane territorios en los cuales nuestras policías tengan miedo de ingresar porque no cuentan con los respaldos para llevar a cabo su accionar. Por cierto, qué duda cabe, no es tampoco normal que las empresas proveedoras de servicios ajusten sus tarifarios sin informar a sus clientes incrementando en hasta 200% sus valores. No es normal que inescrupulosos acuerden establecer precios, disminuyendo la competencia y poniendo el mayor número de trabas a nuevos actores. Y así tantos otros ejemplos más que parecieran “normalizados” con un tufillo a resignación: ya nadie cree en nada, la desconfianza está instalada, son pocas las cosas que inspiran, motivan, alientan. Dejamos de mirarnos a los ojos, hablar sin miedo y pasar a dudar - cuestionar todo. Somos una nación apesadumbrada y enferma, pero con la oportunidad de sanar. ¿De qué dependerá? De nosotros, las personas. De nuestro actuar, de nuestras formas de relacionarnos con otros, de volver a confiar y de ser responsables cívicamente sin esperar que sean otros quienes solucionen nuestros problemas entendiendo que, para generar cambios concretos y reales, debemos comenzar por cada uno de nosotros con honestidad, verdad, consecuencia, sin miedo y en libertad.