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Columna de opinión

Volver al oficio

general
13/03/2023 a las 14:46
Periodista Web 3
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Guillermo Mimica Cárcamo, escritor

Guardo un gran respeto por quienes desempeñaban oficios “haciendo” cosas tangibles y entregando sus servicios. Por el hojalatero, curtidor, sastre, practicante, herrero, telefonista, talabartero, zapatero, modista… oficios que han ido desapareciendo, o que aún subsisten, en pocos casos. Con la evolución de la técnica y el mercado, los oficios se van adaptando, apareciendo nuevos, extinguiéndose otros. Quien no actualiza sus competencias, se queda obsoleto. Hace unas décadas, una secretaria debía escribir a máquina, responder el teléfono, ordenar agenda y archivadores. Hoy, ya no están las Olivetti, el teléfono lo contesta una grabadora y saber informática es una condición mínima para el puesto. Cambió el oficio.

En nuestro país, la célebre Escuela de Artes y Oficios, de inspiración francesa —todo un acierto para la época— fue creada en 1849. A su centenario, pasó a llamarse Universidad Técnica del Estado, la que luego de su división por regiones, en los ochenta, dio paso a la USACH y la UMAG, entre otras casas de estudio. Pareciera ser una cuestión de imagen, pero ya casi nadie dice ejercer un oficio. Se prefiere usar palabras más rimbombantes para nombrar la función, tarea o responsabilidad y, generalmente, se confunden los conocimientos con las competencias. Se habla de profesionales, ejecutivos, expertos, técnicos cualificados o especialistas, debidamente certificados o titulados.

La RAE contempla dos acepciones de oficio: “habilidad y destreza logradas por la práctica de una actividad o profesión”, o bien una “ocupación habitual, cargo, profesión, función”. Conforme al diccionario, entonces, los oficios siguen y seguirán existiendo. Ser maestro de escuela será siempre un oficio, ser artista también y, agreguemos: médico, arquitecto, guardia, chofer, juez, carabinero, enfermera, periodista, matrona, mecánico, etc. Porque en el oficio prima la competencia por sobre el conocimiento y ésta consiste en “saber hacer” lo que la profesión exige, no sólo haber estudiado una carrera. Poseer un título —licencia, máster, doctor— no hace competente a nadie, no confiere aptitud, sino únicamente haber obtenido notas aceptables de promedio en los exámenes. Cuando usted decide operarse del corazón con tal cirujano ¿lo hace acaso porque éste sacó buenas notas, o porque ha operado bien a cientos de pacientes? Si le dicen que el motor del avión fue reparado por un mecánico que tenía un buen promedio en mantenimiento ¿se sube a la nave? Por lo menos yo, ni me opero, ni me embarco. Buscaría que el primero sepa reparar corazones enfermos y, el otro, los motores averiados; vale decir, que sean competentes, que posean el oficio.

En este mes de marzo, al observar el despliegue inescrupuloso del marketing de universidades incitando a los estudiantes a inscribirse en “las mejores carreras”, acreditadas por ministerios, certificadas por agencias y reconocidas por convenios con sus homologas extranjeras, todo esto con facilidades de pago… pienso cuán necesario sería volver a lo esencial, a la realidad, al oficio, al trabajo concreto: la fabricación de una pieza según las reglas del arte, el experimento en el laboratorio, el trazado correcto, el vocabulario bien empleado, la lectura de planos, el respeto de las reglas, el uso adecuado de la herramienta, la crónica bien redactada, la mantención de la máquina, a sentir orgullo por ese oficio que será útil a la sociedad, y para quien lo ejerce, en la medida que existan empleos en el rubro. Nos estamos inundando de títulos, post grados y certificados de dudoso valor, los que se cuelgan en la pared como trofeos de caza. Recordemos que el principal factor de innovación, aumento de la productividad y valor agregado, no está en esos diplomas enmarcados, sino en la competencia real de los mandos medios y de los trabajadores. Pregunto: ¿quién analiza el daño provocado por la frustración de los titulados cesantes y endeudados? ¿Quién se atreve a frenar este engañoso despilfarro? ¿Cómo hacer para cerrar carreras inútiles e incentivar la actualización de los oficios? ¿Quién orienta el desarrollo de nuestro capital humano?

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