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Columna de opinión

Agustín de Hipona: el último filósofo político africano

opinion
03/09/2023 a las 14:14
Periodista Web 3
937

Benjamín Escobedo, Teólogo e Investigador de Historia

Cada 28 de agosto, la Iglesia Católica celebra a San Agustín de Hipona, el célebre obispo de la antigüedad que encaminó a la filosofía y la teología por la ruta de la cooperación, de tal manera que quedaron sentadas las bases de la doctrina cristiana, como depositaria de la verdad, aquella que inquieta el corazón del ser humano y que se plenifica en el encuentro con lo divino. Ahora bien, su figura es una de las más sobresalientes hasta hoy en día, un intelectual de talla mayor, un pensador de incidencia transversal. Poseedor de una fineza espiritual y una profundidad intelectual extraordinarias, Agustín de Hipona no sólo ha dejado una huella indeleble en la tradición eclesiástica latina, sino que su pensamiento ha producido un impacto decisivo en la política de occidente, tal vez, estamos frente a un hombre cuya premisa lo define con elegancia y plausibilidad; “Agustín de Hipona: El último filósofo político africano”.

Primero, San Agustín de Hipona nació el 13 de noviembre del año 354 en la ciudad de Tagaste, ubicada al norte de África, en lo que hoy sería Argelia. Sus padres fueron Patricio Aurelio, ciudadano romano, y Mónica, mujer cristiana de probada virtud que alcanzaría la santidad por su abnegación y perseverancia, rezando y luchando por la conversión de su esposo y de su hijo, Agustín. En su juventud, Agustín se entregó a una vida libertina, dada a los placeres mundanos. Convivió con una mujer durante catorce años, con la que tuvo un hijo de nombre Adeodato, quien murió muy joven. Antes de su conversión al cristianismo, pretendió hacerse de fama y prestigio: pasó primero un tiempo en Cartago y luego se trasladó a Roma, capital del imperio. Sin duda, tanto su brillantez como inteligencia excepcionales lo ayudaron a convertirse en un gran orador (algo así como un abogado defensor de hoy). Combatió las herejías de su tiempo, debatió contra las corrientes contrarias a la fe, acudió a varios Sínodos de obispos en África y viajó constantemente para predicar el Evangelio. No pudo evitar que la entrega a su labor episcopal le forjara un gran prestigio dentro y fuera de la Iglesia, especialmente por su lucidez, valor y sabiduría. En agosto de 430 se enfermó y el día 28 de aquel mes falleció. Su cuerpo fue enterrado inicialmente en Hipona, pero luego fue trasladado a Pavia (Italia), según ACI Prensa.

Segundo, respecto de lo político, la figura de San Agustín está más viva que nunca, ya que sus ideas siguen permeando el imaginario discursivo del siglo XXI. Para Agustín, el Estado es una especie de “gran familia” en la que los miembros cooperan y se ayudan mutuamente. En la visión intermedia del Estado: San Agustín habla de dos tendencias opuestas que existen igualmente en el origen del Estado: la sociabilidad e insociabilidad humanas, por consecuencia, el aclamado Estado, que tiene sus raíces en principios profundos de la naturaleza humana, está encargado de velar por las cosas temporales, el bienestar, la paz y la justicia según el pensamiento de Agustín. Por otra parte, para San Agustín la familia es el fundamento de la sociedad, por lo que la paz doméstica se debe ordenar a la paz de la ciudad. Además, se observan tres problemas recurrentes y fundamentales en el pensamiento del filósofo en cuestión, el mal y Dios causa primera y Providente; el mal y el orden del mundo; el mal y la libertad. En Agustín, “el libre albedrío fue concedido al hombre para que conquistara méritos, siendo bueno no por necesidad, sino por libre voluntad”, además, “es soporte de todo el orden moral”, el principio esencial de un mundo de valores superiores, y, por consiguiente, un grande bien. Algunas palabras frente a la desbordada sociedad del siglo XXI, entre paréntesis, a través de la figura de San Agustín encuentra palabras de aliento y valor aseverando que; sólo es feliz el que posee todo lo que se desea y no desea nada malo. La dicha o felicidad absoluta es completa si y sólo si es eterna, por consiguiente, la verdadera felicidad no radica en lo temporal, corruptible y finito, sino que radica esencialmente en lo eterno, incorruptible e infinito.

Tercero, en enero del 2008, el Papa Benedicto XVI se refirió a San Agustín como “hombre de pasión y de fe, de altísima inteligencia y de incansable solicitud pastoral… Dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo”. En síntesis, Agustín fue un autor prolífico. Escribió más de cien obras, entre las que destacan las Confesiones, Sobre la Trinidad, sus Cartas y Ciudad de Dios. Estos libros son el resultado de su biografía intelectual y su posterior conversión al cristianismo, ya que su vida intelectual no empezó de la mano de la Iglesia. Sin duda, su producción, ideas y obra siguen interpelando la política y vida social de nuestro tiempo, dicho pensador podía expresar sus elegantes y agudas nomenclaturas intelectuales en una narrativa dialogante, transversal y con fuertes repercusiones a la vida pública, así, la idea de Estado, familia, felicidad, libertad, mal, bien y sociedad, por consecuencia, construyen prolegómenos que continúan asentando las bases de la filosofía política en occidente, por tanto, mi columna de la semana hace sentido al acentuar “Agustín de Hipona: El último filósofo político africano”.

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