Frente a la tragedia de Coronel que pone al descubierto una realidad que todos conocemos -pero que todos obviamos- trece migrantes murieron presa de un incendio. Los niños tenían entre 4 y 13 años, mientras que los adultos rondaban entre los 22 y los 38 años. Según informaciones preliminares se cree que el fuego, originado en una estufa a leña fabricada con latón, parece haber cerrado la única salida de la precaria casa, haciendo imposible que las víctimas en hacinamiento pudieran escapar.
La inseguridad alimentaria, la malnutrición y la necesidad de una vivienda adecuada se han convertido en prioridades máximas para los migrantes. Sin embargo, esto produce un cuadro de riesgo frente a eventos naturales o creados por el hombre.
Un número cada vez mayor de refugiados y migrantes se enfrentan a la deportación, lo que significa un cuadro de extrema presión que no permite focalizar su atención en aquello que es más importante como “una supervivencia digna”.
Las vulnerabilidades que enfrentan los migrantes surgen de una variedad de factores individuales y situacionales que pueden cruzarse o coexistir, influir y combinarse; y también desarrollarse o evolucionar con el tiempo a medida que cambian las circunstancias. Sin embargo, la emergencia es una situación imprevista que requiere una especial atención y debe solucionarse lo antes posible.
En general, lo que la gente conoce como un accidente o un acontecimiento que se presenta de manera abrupta, requiere de algún tipo de acción para evitar pérdidas humanas o minimizar los daños materiales. De tal manera que lo que sucede en situaciones normales, esta vez subyace a un cuadro por debajo de la línea de flotación, vale decir, en un ambiente de migrantes de múltiples vulnerabilidades que profundizan la variable amenaza hasta darle un carácter mortífero o de destrucción total.
Los migrantes pueden encontrarse en situaciones vulnerables debido a las circunstancias que los obligaron a abandonar su país de origen, las circunstancias en las que viajaron o las circunstancias que enfrentaron cuando llegaron. O por características personales. Lo que no significa vivir en condiciones infrahumanas o de riesgo permanente.
Los migrantes que conocemos no son inherentemente débiles, ni incapaces de construir seguridad, ni carecen de flexibilidad e independencia. Más bien, la exposición reiterada a múltiples formas de discriminación, desigualdad y dinámicas sociales y estructurales entrecruzadas que impulsan niveles de poder y ejercicio de derechos degradados y desiguales, redundan no tan solo en la inseguridad social si no también en una inseguridad que configura una sociedad del riesgo, propensos a incendios, electrocuciones, intoxicaciones, enfermedades, condiciones sanitarias negativas, vulnerabilidad en seguridad social, solo por nombrar algunas, que son estructuradas por la forma de vida y organización en que se desarrollan.
También diremos que en lo que se refiere a desastres, por fenómenos naturales o creados por el cambio climático, la mayor mortalidad y pérdida material está concentrada de manera fundamental en zonas pobres o simplemente desprotegidas, donde los migrantes son parte de ella, expuestos a eventos poco frecuentes pero extremos como terremotos, aluviones, episodios climáticos agudos, por nombrar algunos.
Las comunidades más pobres sufren más y de forma desproporcionada, y sus pérdidas por desastres que marcan su vida; son aquellos que con gran esfuerzo han logrado un mínimo nivel de supervivencia. Los hogares de extrema pobreza suelen tener una menor resiliencia ante las pérdidas por cuanto no cuentan con seguros ni ayuda en protección social.
En Chile se ha desarrollado un escenario en condiciones de deterioro en que a menudo los migrantes sufren hambre, en condiciones sanitarias deficitarias y están expuestos a otras emergencias locales como son incendios, cuadros climáticos intensos, inundaciones, etc.