Entiéndase la política como ciencia y arte de gobernar que trata de la organización y administración de un Estado en sus asuntos e intereses de comunicación pública. La política real, en tanto lucha por el poder en función de intereses y ventajas, se expresa y efectúa en el proceso de elaboración de este instrumento, en cambio, la mentira es una declaración realizada por alguien que sabe, cree o sospecha que es falsa en todo o en parte, esperando que los oyentes le crean, de forma que se oculte la realidad o la verdad en forma parcial o total. El uso de la mentira y el engaño como estrategia política no es un fenómeno nuevo, la idea de que los políticos mienten ha sido históricamente parte del conocimiento popular, motivo de chistes, portadas de diarios y comentarios de pasillos. Muchos filósofos, historiadores, escritores han reflexionado acerca de la mentira y sus relaciones non sanctas con la política y su gobierno; veamos algunos ejemplos: En las Obras morales y de costumbres, Plutarco menciona a Medion de Larisa como consejero de Alejandro Magno dándole la siguiente recomendación; “Siembren confiadamente la calumnia, muerdan con ella, cuando la gente cura su llaga, siempre queda la cicatriz”. En otro momento histórico, Nicolas Maquiavelo en su obra El Príncipe escribía: “El que mejor ha sabido ser zorro, ese ha triunfado. Hay que saber disfrazarse bien y ser hábil en fingir y disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre a quien se deje engañar”.
Voltaire plasmó en una carta fechada el 21 de octubre de 1736 algunas de sus características: “La mentira solo es un vicio cuando obra mal; cuando obra el bien es una gran virtud, sed entonces más virtuosos que nunca. Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre. Mentid, amigos míos, mentid, que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión”. Finalmente, Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del régimen nazi, en un artículo de su autoría, “La fábrica de mentiras de Winston Churchill”, (1941), desarrollaba este concepto acerca de la mentira: “Una vez proferida una mentira, Churchill sigue repitiéndola sin que nada ni nadie se lo pueda impedir, hasta que al final termina el mismo creyéndola. Los ingleses se rigen por el siguiente principio: cuando mientes, miente en grande y sobre todo persevera. Y así siguen mintiendo, aun a riesgo de volverse ridículos”. Goebbels se transformó de esta manera en un muy buen alumno. La mentira, la ocultación de información, la tergiversación y el secretismo han estado presentes en la vida pública y en la política de cualquier sociedad humana organizada en cualquier época. Desde el imperio griego y romano hasta la Edad Media europea, pasando por las primeras dinastías chinas, la ausencia de veracidad ha acompañado a las elites políticas. Ante la clásica afirmación de que los políticos siempre mienten, lo paradójico en las democracias representativas es que, si el ciudadano se siente engañado por el político que ha votado al no sentir satisfechas sus demandas, puede optar por otro. Por lo tanto, aunque los políticos no siempre digan la verdad, deben esforzarse por cumplir las promesas contenidas en su programa electoral y garantizar cierta verosimilitud entre sus palabras y sus acciones. El juicio sobre si lo que un político dijo es verdad o es mentira queda en manos de los electores. Si los electores consideran que mintió, se tratará de una mentira ilegitima y que, al no ser aceptada por los votantes, puede suponer el final de la vida pública de un político. Aunque los políticos pueden mentir, la ciudadanía tiene la posibilidad de castigarles electoralmente si se siente engañada o defraudada. La mentira, estimados lectores, puede considerase como un arma de destrucción social que esclaviza a los seres humanos, pues puede hacer que actuemos en contra de nuestros propios intereses y que renunciemos sin saberlo a ser auténticamente libres.