Curiosamente, no hacía frío. Era mediodía y un sol pálido iluminaba la congelada ciudad de Punta Arenas. Sus calles todavía estaban repletas de nieve y en las pendientes, el incipiente calor estaba empezando a derretir el hielo haciendo que el caminar sea una experiencia compleja y hasta peligrosa en algunos casos, por lo que los transeúntes se desplazaban en muchos casos, mirando fijos al piso cuidando cada paso.
Quizá por ello las pocas personas que cruzaban a esa hora por el puente de calle Boric, sobre el Río Las Minas, lo hacían sin prisa, pero sin darse cuenta de un espectáculo insólito que ocurría al lado suyo: bajo una temperatura de cero grados, el Río Las Minas simplemente se había congelado y sus aguas sólo se adivinaban detrás de una superficie pálida, venosa y helada.
Así, mientras en la ciudad, cientos de familias carecían de agua potable, uno de sus principales cursos de agua parecía simplemente inerte, bajo el peso del frío.
Durante todo el día, la temperatura apenas llegó a 2 grados y por la noche volvería a caer hasta los 5 grados bajo cero.