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Columna

Zona cero

opinion
21/10/2024 a las 16:08
Pablo Oyarzo
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Rodrigo Ojeda, Profesor de historia

Tras una catástrofe se establece un punto geográfico que recuerda los hechos, daños y padecimientos. Aplica a situaciones naturales y humanas, el punto mencionado es un hito que invita a no olvidar lo sucedido. Chile no es la excepción, después del 18 de octubre de 2019 nació una zona cero en la vandalizada e incendiada Plaza Italia con el plinto del general Baquedano. El centralismo tiene su zona cero con otros lugares afectados tras el efecto dominó en la capital y el país; pero es imposible olvidar los daños en Antofagasta, La Serena, Concepción y en Punta Arenas, por nombrar algunas ciudades, y sus plazas afectadas. Fueron diversos los epicentros de un terremoto político, social y violento con daños indelebles. ¿Qué nos pasó hace 5 años? Fue un estallido social, una revuelta popular y una asonada violenta. Distintas interpretaciones y denominaciones con más sombras que luces con el paso del tiempo. Después de un lustro, lo sucedido quedó marcado por la violencia en la calle, la que sobrepasó la democracia y las instituciones del Estado. Minimizarla y justificarla es riesgoso y un culto peligroso.

La ministra Camila Vallejo, ha señalado por escrito que lo sucedido el 18O obedeció a la acumulación de abusos, descontento social y el malestar de los sectores populares. La ministra adscribe al grito tribal del “Chile despertó” y sostiene que precisamente este gobierno, representa las demandas del estallido, y es el camino correcto con las reformas en marcha. En su declaración tapa el sol con un dedo al señalar que existieron “episodios de violencia”, que en ningún caso opacan las demandas y movilizaciones según su testimonio. La violencia nunca ha sido incompatible con el comunismo, sus palabras reflejan su matriz, no olvida el manual del militante. En cada conflicto amplifican las contradicciones, las desigualdades y cargan las culpas a los enemigos (privilegiados). La lucha fue en la calle y cada zona cero a lo largo de Chile, fue testigo de la presión social, del vandalismo y de la violencia desatada. El comunismo local se jactó de su presencia física en las calles y plazas, mientras el país ardía.

Otro sector, que en ese momento apareció bajo la entelequia de “Unidad Social”, fue el que reunió a sindicatos, gremios y colectivos de todo tipo. Sus declaraciones siempre fueron radicales y de no ceder, en resumen, un remozado “avanzar sin transar”. Comunicado tras comunicado, emplazaron al gobierno de Piñera, con llamados a movilizaciones y plazos fatales. Para ellos, todo el proceso fue una revuelta y la violencia fue justificada, una respuesta a la “violencia institucional”. “Nos cansamos” y utilizaron las calles con fines revolucionarios, el enfrentamiento fue inevitable y el asalto a La Moneda no fue un desliz del lenguaje. Existieron hordas que soñaron con la rendición de Piñera. En el palacio existió un simulacro ante el avance de las movilizaciones y el chantaje de los grupos violentos. A este grupo, no les molestó en nada ver un país ardiendo, sostienen que los daños en los bienes públicos y privados son “marginales”. El objetivo de este grupo fue refundar Chile por las malas (la revuelta) o las buenas (la primera convención). Hoy, con peores indicadores no marchan ni levantan petitorios, inentendible.

Otra interpretación sobre el 18O cobra relevancia, una que no omite la existencia de una crisis de arrastre en temas sociales, migratorios, endeudamiento, consumismo, narcotráfico y otros indicadores. Esta mirada nos dice que las plazas de Chile sufrieron la violencia que se encuentra normalizada en las periferias y en las zonas marginales de lo urbano. El combustible del ambiente se combinó con la anomia generacional, el desenfreno de pasiones y pulsiones, narcos y otros anónimos, generando un pacto y colectivo terrorífico cuyo único fin fue destruir, mediante el ritual del fuego. Un salvajismo antisocial en los centros y alrededores de las ciudades, justificado por unos en causas existentes, pero manipuladas y amplificadas por otros con fines políticos, mediante una violencia colectiva, “sin rostro” y “barbárica”, una “asonada” en palabras de Lucy Oporto. Una herida que no ha cerrado.

A 5 años del 18O, es innegable la existencia de sectores de izquierda y ultraizquierda que utilizaron a las manadas callejeras, hasta lograr varios objetivos: la rendición constitucional, el descrédito de las policías tras la famosa “criminalización de la protesta”, la beatificación de la “primera línea” y otros hitos revolucionarios tras el estallido, la revuelta y asonada. Este debate recién comienza. Lo razonable por el momento, es la condena total y transversal del uso de la violencia política, polarización y otros medios ilegítimos en reemplazo de los espacios institucionales, pero sabemos que volveremos a tropezar con la misma piedra. Los vociferantes y oprimidos están en sus madrigueras y en el gobierno. Después de 5 años hay más sombras que luces en un nuevo 18O, sombras en cada zona cero con marcas indelebles en las plazas asediadas por la violencia a lo largo de Chile. ¿Qué tan espontáneo fue todo? 

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