Nací y viví mis primeros años en un país en transición desde el régimen militar, liderado por Augusto Pinochet Ugarte, a la democracia en el año 1990. Fue una época de ¨La Concerta¨ y de una derecha que podríamos describir como sin mucha sustancia, sin grandes pensadores como el emblemático y siempre recordado ex senador de la República Jaime Guzmán.
Sí considero que es relevante reconocer que personajes como Patricio Aylwin o Ricardo Lagos merecen todo respeto, por su devoción al país, a la democracia, al orden y a la estabilidad, por la cual tantos años fuera reconocido nuestro país internamente y en el extranjero.
Esta estabilidad era premiada con inversiones de variada naturaleza que mantenían a Chile creciendo a valores razonables.
Pero este sistema no pudo ser eterno, la colusión empresarial, el aumento progresivo de los impuestos, la corrupción gubernamental, el debilitamiento del sistema político, la crisis moral, entre otros males, comenzaron a destruir la estabilidad democrática chilena.
Al mismo tiempo, la izquierda por décadas había venido minando este mismo sistema, desde lo valórico y educacional a lo político, logrando instaurar un malestar nacional sin precedentes, en el cual sus ideas violentistas y pseudo revolucionarias pudiesen tener cabida. Y lo lograron, llevaron al país a un estallido antisocial, a quemar iglesias, a no cansarse de realizar acusaciones constitucionales, a dejar espacio sin límites para la inmigración, a un aumento descontrolado de la delincuencia y violencia, y a la posibilidad de aprobación del ¨Mamarracho¨. Texto que, entre tantas otras atrocidades, instauraba diferentes tipos de justicia, reconfiguraba el país geográficamente, y básicamente apuntaba a la deconstrucción de Chile como lo conocemos.
Este país corre el riesgo de perder su identidad, pues a los “progres” les interesa hacernos dudar acerca de nuestra nacionalidad, sexualidad, valores y de todos aquellos pilares que sostienen a una sociedad.
¿Dónde se encuentran aquellas nuevas voces republicanas? ¿Dónde se encuentran aquellos nuevos líderes, con coraje, intelecto, entereza y convicciones? Debemos reconstruirnos nuevamente, con ideas de libertad y crecimiento económico, y con respeto por las personas y el medio ambiente. No hay gobernante perfecto, pero la claridad de ideas, en lo que es esencial para el ser humano, de Donald Trump y Javier Milei, junto con la experiencia en Chile de José Antonio Kast, podrían darnos algunas luces, para recuperar aquellos juegos de infancia que tanto atesoro y aquel progreso social, medioambiental y económico que anhelamos.