El reciente apagón de la red ocurrido el pasado sábado en la Región de Magallanes puso de manifiesto la fragilidad de un sistema que, en teoría, debería ser el soporte básico para la vida moderna. La conectividad, en todas sus formas, es un recurso esencial no solo para la comunicación, sino también para el desarrollo económico, la educación, la salud y la gestión de emergencias. Sin embargo, este episodio evidenció cuánto dependemos de una infraestructura que no cuenta con medidas de contingencia robustas para enfrentar fallas inesperadas.
Magallanes, dada su ubicación geográfica y condiciones climáticas únicas, enfrenta retos particulares. Su aislamiento natural hace que la conectividad sea no solo un lujo, sino una necesidad imperativa para mantener a sus comunidades integradas con el resto del país y del mundo.
En este contexto, la interrupción del servicio de redes no solo afecta a quienes buscan entretenerse o trabajar, sino que puede poner en riesgo la atención médica, el funcionamiento de los servicios esenciales e incluso la seguridad de la población.
La situación refleja la importancia de avanzar hacia un sistema de conectividad más resiliente. Esto incluye inversiones en infraestructura de telecomunicaciones y energía que puedan soportar mejor las condiciones adversas de la región. Además, es fundamental diseñar e implementar medidas de contingencia claras que aseguren que, ante un colapso, se puedan restablecer los servicios rápidamente y minimizar el impacto en la vida de las personas.
No se trata únicamente de prevenir otro apagón, sino de garantizar que Magallanes esté preparada para enfrentar un futuro cada vez más interconectado y demandante. Es hora de que las autoridades, en colaboración con las empresas del sector, prioricen esta necesidad estratégica. La conectividad no es opcional; es la columna vertebral del desarrollo y el bienestar en una región que, por su posición en el fin del mundo, no puede permitirse el lujo de quedarse desconectada.