Lo que hace no tanto era reservado para foros privados o clubes discretos hoy se muestra sin rubor en el feed de cualquier red social. Cuerdas, cuero, máscaras, roleplay. El fetiche, en sus múltiples formas, dejó —como en buena parte de Latinoamérica— esta visibilidad ya no sorprende: simplemente ocurre.
Hay ironía, hay juego, hay también una sinceridad que antes no encontraba espacio. Desde tutoriales de bondage suave en TikTok hasta hilos informativos sobre aftercare emocional, el kink ya no es algo “raro”: es una estética, una identidad, una herramienta de exploración. La Generación Z se mueve entre estos códigos con naturalidad, sin necesidad de justificar el interés ni de reducirlo al morbo. Lo erótico se funde con lo cultural, y lo cultural se monetiza.
Entre Fantasía y Marca Personal
Plataformas como OnlyFans no solo aceleraron esta exposición, sino que reescribieron la lógica de cómo se consume el deseo. Ya no se trata solo de mirar, sino de elegir, encargar, personalizar. Lo que antes era un fetiche íntimo hoy puede formar parte del repertorio profesional de una modelo o performer: parte de su narrativa, su lenguaje estético, su fuente de ingresos. La intimidad, por momentos, se volvió transacción; pero una transacción con reglas claras, sin fingimiento.
Esto se refleja también fuera de las pantallas. El cuero y el látex se instalan en pasarelas. Los arneses aparecen en producciones editoriales. Lo que antes indicaba pertenencia a un circuito subterráneo, ahora circula en revistas de moda y perfiles verificados. Y no es que todo el mundo practique BDSM. Es que el imaginario kink dejó de dar miedo. Ahora da likes.
Servicios, Deseo y Lenguaje Común
En el mundo adulto, la tendencia no pasó desapercibida. Plataformas como cl.skokka.com ya incorporan en varios de sus perfiles referencias sutiles —y a veces explícitas— a dinámicas específicas de rol, fetiches y preferencias fuera del guion tradicional. El cuerpo ya no es lo único que se ofrece: también se propone una sensibilidad, una disposición a entender el deseo ajeno como algo digno de cuidado, no de corrección.
En ciudades del norte como Antofagasta, donde el crecimiento urbano ha venido acompañado por una escena social cada vez más diversa, no sorprende que muchos servicios de compañía reflejen este cambio. Algunas damas de compañía en Chile ofrecen experiencias que, sin etiquetarse directamente, incorporan elementos de juego, control consensuado o exploración sensorial, respondiendo a una demanda que va más allá del contacto físico. No se trata solo de complacer: se trata de entender códigos, pactar desde el deseo, y sostener el momento con atención.
Lo que antes era margen, hoy es nicho. Y lo que era nicho, ahora tiene demanda.
Más Allá del Estilo: Por Qué el Consentimiento No Puede Ser Opcional
Pero si el lenguaje del fetiche se hizo popular, no por eso perdió complejidad. Usar un collar no equivale a entender el juego de roles. Subir una selfie atado no reemplaza la conversación previa. El riesgo de esta difusión masiva es evidente: confundir estética con experiencia, pose con práctica.
El consenso, la preparación, el cuidado posterior. Todo eso sigue siendo lo que define a una experiencia real y ética dentro de cualquier dinámica de poder. Como señala un informe del Kinsey Institute for Research in Sex, Gender, and Reproduction, “las prácticas BDSM requieren niveles significativamente altos de comunicación, confianza y consentimiento informado, y pueden resultar más estructuradas y negociadas que muchas formas tradicionales de interacción sexual”. La popularidad no reemplaza el compromiso. La forma no reemplaza el fondo.