Con una mamadera en la mano y un chupete entre sus labios, el cabo primero de la Armada, Claudio Ramírez Saldías se enteró que había sido padre, el 23 de mayo pasado en la Antártica. Según relata, era alrededor de la una de la madrugada de aquella noche cuando sus compañeros de la dotación naval de Bahía Fildes, lo despertaron y lo hicieron bajar a la cámara, donde en pijamas lo esperaban para comunicarle que ya era el flamante papá de Martina Pascale.
En este sentido, el aludido confiesa que “fue un sacrificio de todos por el camarada que había sido padre y no había tenido la oportunidad de estar con su familia; tal era el nivel de unión entre nosotros”, sentencia el aludido.
Mientras esto ocurría, la primeriza Ana y su retoña iniciaban una larga espera que hoy, no obstante, ha finalizado. Esta tierna anécdota refleja las condiciones de vida que deben enfrentar los efectivos de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, que durante un año viajan al continente blanco a ejercer soberanía.
“Yo soy originario de Chillán, pero actualmente vivimos en Viña del Mar. A Bahía Fildes llegué el 18 de noviembre de 2009, estaba muy nervioso al comienzo por todo el revuelo que esto causa; uno llega y tiene muy pocos días para recibir todo lo que son experiencias, de la dotación saliente”, explica Claudio Ramírez.
Por supuesto, se trata de un asunto de vocación de servicio al país; no cualquiera está capacitado tanto física como mentalmente para desempeñarse en un lugar tan remoto. Pero también se encuentra la motivación económica, ya que las rentas percibidas por el personal que se desempeña en el continente antártico se incrementan de manera cuantiosa.
“Hasta un año atrás la familia estaba compuesta por mi señora y yo. Era un matrimonio medio pololeo, pero cuando supe que iba a ser padre todo cambió y los beneficios económicos de vivir en la Antártica adquirieron sentido. Empecé a ahorrar con la idea de comprar nuestra casa y, más que nada pensando en nuestra hija”, puntualiza Ramírez.
Pero en la soledad del eterno día y la perpetua noche aflora lo mejor de cada hombre y es aquí cuando surge la amistad, el respeto mutuo y la camaradería, que en este caso involucró a siete hombres de mar y a su comandante en el levantamiento de un pino durante la última Navidad. Tampoco se perdieron el año nuevo, mucho menos el 21 de Mayo, y por supuesto, para el Bicentenario de nuestro país mantuvieron izada la bandera, la que acompañaron con la fonda de rigor.
“Los lazos que se establecen en estas condiciones son muy fuertes; nosotros compartíamos día y noche. Éramos una familia. En realidad pasamos a ser el grupo familiar que uno no tiene; entre nosotros conversábamos nuestros problemas, apoyándonos de manera mutua en los momentos de tristeza”, comenta Claudio Ramírez.
No obstante, pese al eterno frío y el blanco más allá del horizonte, el entretenimiento no era ajeno a la dotación, que contaba con televisión satelital, internet, gimnasio e, incluso, telefonía celular.
Sin embargo, nada reemplaza al núcleo familiar y menos ante las circunstancias mencionadas. En este aspecto el aludido padre confiesa que se encontraba un poco triste porque sabía que se iba a perder todos los procesos de embarazo de su señora: “No iba a estar allí cuando le diera un antojo, para poder levantarme a comprarle lo que me pidiese. Bueno, y también está el proceso del nacimiento. Todo eso que uno espera al ser papá me lo perdí.”
Todas las vocaciones implican sacrificios, renunciar a algo querido, en pos del porvenir, que aunque no se conoce aparece escondido entre los despistes en la oscuridad de una noche de mayo, con una mamadera, un chupete. Y, por supuesto, una sonrisa.