Magallanes tiene más de 40 mil kilómetros de costa, donde habitan más de 300 especies de macroalgas subantárticas. Todo un patrimonio ecológico marino, reservorio de nutrientes subutilizado, que la Universidad de Magallanes quiere rescatar a favor del desarrollo regional. Cuando los erizos y la centolla entran en veda, los pescadores artesanales entran en crisis por escasez de productos para explotar.
Algo insólito en una región que es 80% agua, hecho que tampoco se ve reflejado en la gastronomía local, donde, al mismo tiempo, escasea lo que en el mar sobra: ALGAS.
Porque Magallanes tiene más de 40 mil kilómetros de costa, donde habitan más de 300 especies de macroalgas subantárticas.
Todo un patrimonio ecológico marino, reservorio de nutrientes subutilizado, que la Universidad de Magallanes quiere rescatar a favor del desarrollo regional.
¿Cómo? Con el proyecto “Macroalgas subantárticas: oportunidades para el turismo gastronómico y la pesca artesanal en la comuna de Cabo de Hornos”, una iniciativa respaldada con 32 millones de pesos por el Fondo de Innovación para la Competitividad, y por el holding Turismo y Hoteles Navarino. De este modo, los investigadores de la UMAG transfieren el conocimiento tecnológico que poseen acerca del luche, el cochayuyo, el huiro y la carola, a los chefs de la región y a los pescadores y sus familias, a través de talleres en terreno donde enseñan las propiedades nutricionales de las algas, las zonas donde pueden encontrarlas y la forma de recolectarlas para no exterminarlas.
Los chefs, a su vez, desarrollan experiencias piloto, algunas de las cuales ya fueron evaluadas por los asistentes al lanzamiento del proyecto, en el laboratorio de Macroalgas de la UMAG. Cochayuyos, huiros, caracoles en forma de chupe, ceviche y otros, cautivaron paladares. Lo mismo se espera que ocurra en los restoranes.
Porque la idea es diversificar el uso de las algas para la alimentación humana, incorporándolas a la dieta, a las faenas de los pescadores, y al Turismo de Intereses Especiales en Cabo de Hornos como un nuevo producto que aporta identidad. Porque el cochayuyo o el luche, por ejemplo, han sido parte de la mesa magallánica, pero se están perdiendo. Insólito cuando, además, países orientales vienen a buscar el abundante luche de las costas magallánicas, para elaborar el Nori que luego nos venden.
Todos esos beneficios se suman a sus propiedades nutricionales. Y es que las verduras del mar son fuente de proteínas, vitaminas, fibras para la digestión y minerales para los huesos, con bajo contenido en grasas y capacidad de equilibrar el organismo, estimulando las glándulas endocrinas, la circulación sanguínea, los intercambios minerales y la eliminación de toxinas. También se usan para la elaboración de harina, fertilizantes, cosméticos y combustibles, y para el tratamiento de aguas residuales y agentes antivirales.