
Cuando Amundsen estuvo en Magallanes, la exploración científica del continente blanco recién se iniciaba. Procedentes de Montevideo, los hombres del Belgica entraron al Estrecho el 29 de noviembre de 1897 y anclaron en la bahía Posesión. A la tarde siguiente, algunos desembarcaron en San Gregorio, donde vieron muchas aves, ganado y pampas; Amundsen visita entonces el casco de la estancia, habitado por dos ovejeros escoceses, que contaba con 120.000 ovejas y 500 caballos. En la isla Isabel, cazan patos, gansos silvestres y pájaros, además de recolectar una gran cantidad de huevos; ese mismo día, el 1 de diciembre de 1897, anclan a las 7 de la tarde en Punta Arenas.
La tripulación de Gerlache permanecería dos semanas en la ciudad y retornaría en marzo de 1899, al despuntar de una década que coincidiría con el mayor despliegue de expediciones polares, convirtiendo a la capital regional en un gran puerto antártico. En ambas recaladas, los hombres del Bélgica se alojaron en el desaparecido Hotel de France, ubicado en la esquina de Roca con O’Higgins, donde está hoy el Edificio Los Ganaderos. Los amplios salones del hotel eran atendidos por su dueña Euphrasia Dufour, natural de Marsella, y fueron los preferidos por colonos y viajeros franceses arribados a estas playas. Allí, el naturalista rumano Emil Racovitza aguardaba, con un saco de correspondencia, a Amundsen y sus compañeros, vestido de gaucho y feliz por los 20 días cabalgando la estepa magallánica junto al Perito Moreno.
Al cuarto día, Amundsen, Racovitza y el geólogo polaco Henryk Arctowski hacen una excursión al Río Las Minas, con dos residentes franceses y dos suizos. Amundsen y Arctowski montaban mulas; el resto, caballos. Siguiendo el río observaron a los buscadores de oro, visitaron algunas minas de carbón y se detuvieron a mediodía para un asado al palo (“la mejor carne de cordero posible”), almuerzo que Amundsen relataría en su diario de viaje como “un momento memorable en tierras patagónicas, junto al lecho de un río, rodeado de montañas, relajado y acompañado por gente amistosa”.
Al joven explorador noruego le sorprende de Punta Arenas su activo comercio, su carácter cosmopolita y aire de libertad, con mujeres “de 60 años galopando suavemente sobre sus caballos”. En la costanera, transfiere con dos hombres 100 toneladas de carbón desde el pontón Martha al Bélgica, briquetas necesarias para su navegación a vapor hacia la Antártica. No les faltaron los eventos sociales, convocados por magallánicos que habían seguido durante meses a través de “El Magallanes” los preparativos de la Expedición Antártica Belga. El primer cuartel de la Primera Compañía de Bomberos fue sede de su recepción oficial y puesto por entero a disposición de los huéspedes extranjeros.
Su corresponsal en la ciudad, el suizo Walter Curtze, les brindó un almuerzo en la parcela de Juan Buckman, un próspero colono suizo del que Amundsen escuchó las ventajas de asentarse en la región e iniciar un emprendimiento ganadero. Un segundo almuerzo campestre en honor a los jóvenes exploradores se organizó en Chabunco, asistiendo unas 60 personas de 19 nacionalidades distintas. Un menú de ternero al palo, sopa y fruta fue para Roald “nada impresionante, pero es el gesto lo que cuenta”; a Gerlache le pareció que los otros invitados tenían vidas de novela, como “un millonario de Tierra del Fuego quien posee una estancia de 100.000 ovejas y emplea unos carabineros a quien paga una libra esterlina por cuero cabelludo de perro salvaje: así se designan los desafortunados indios en el mundo de los negocios. Mi otro vecino era un francés, ex suboficial de caballería, que había sido Ministro de Guerra de Orelie Antonie 1°, Rey de la Araucanía.”
El 28 de marzo de 1897, el Bélgica regresa a Punta Arenas con Amundsen y buenos resultados, pese a la muerte del observador magnético Émile Danco y del marinero Wiencke, y la rudeza de la invernada antártica que los mantuvo por 13 meses atrapados entre los campos de hielo de una banquisa en la latitud 71° sur, en el mar de Bellingshausen. El futuro conquistador del polo nota que en 15 meses “la ciudad ha crecido sorprendentemente. Hay luz eléctrica y teléfonos en todas partes, han pavimentado y hay tiendas grandes y elegantes… La moral y las costumbres de la gente también han cambiado. Antes se solía deambular desastrado diariamente. Ahora se debe andar vestido a la última moda. El sector portuario está notoriamente más activo que dos años atrás. Grandes buques, tanto de carga como de pasajeros, vienen y van todos los días”.