La reina de los mares australes pierde su corona tan pronto una trampa la lleva hasta la superficie. Su caparazón es sensible a los rayos solares y en su desesperación se come por dentro. Para evitar esta descomposición interna, los pescadores hierven rápidamente las centollas una vez capturadas.
En los mares de la Patagonia Norte las carnes de este apetecido crustáceo se tornan más dulces que en otras latitudes porque en su alimentación incorpora los nutrientes que aportan los ríos que se descuelgan de los glaciares. Las centollas viajan por las corrientes antárticas y se pueden encontrar a lo largo de las costas patagónicas. Sus carnes son tan dulces como delicadas y en cada bocado se disfruta la pureza marina. Preparadas como chupe, preparación original de estas latitudes, su sabor se intensifica con el aporte del queso mantecoso. Como complemento se sugiere un vino fresco, intenso y mineral.