
Aparente hija de pobre y desclasada de los fogones franceses, pero con una ilustre historia que se remonta a la época de Napoleón inspirada por Antoine Carème, cocinero de reyes y rey de los cocineros de Francia de principios del Siglo XIX, la sopa de cebolla o soupe à l’ognion, tiene un doble arraigo. Uno popular y otro de noble abolengo, además de su terapéutico don de “levanta muertos” o revividor de alegrones parisinos y ciudadanos de otros lares, así como de delicioso calefactor del cuerpo en las despiadadas, crueles e interminables noches invernales de Los Miserables (de Víctor Hugo) o en plena Revolución Francesa, en el corazón de Les Halles. Y por qué no, como afrodisíaco bendito y brasero del alma en épocas de abstinencias de toda índole.
Además es buenísima, fácil de hacer y hasta hoy día despierta vigores varios en los más eclécticos y variopintos rincones del mundo. También es una especie de joya o blasón patrimonial inscrita en el ADN de toda Francia.