
Aunque Miguel Conrado Águila Soto negó los cargos y su abogado defensor, Ramón Bórquez, solicitó la absolución de su cliente, los jueces Jovita Soto, Fabio Jordán y Pablo Miño, le creyeron a la víctima, según se desprende de la sentencia: “Su relato nos pareció aceptable, apto, racional, viable, verosímil, de momento que no hay antecedente alguno que haga dudar de la credibilidad de la deponente”.
El fiscal Fernando Dobson persiguió la culpabilidad de Miguel Águila, a partir de la denuncia de un familiar. Los hechos se remontan al año 2011, cuando la víctima visitaba la parcela donde vive su abuela paterna, ubicada en prolongación Avenida Salvador Allende, camino al Andino. En varias oportunidades recorrió el predio en compañía del acusado, marido de su abuela, y aprovechándose de que quedaba a solas con la menor, le efectuaba tocaciones en los genitales, hechos que se repetían cuando llevaba a la pequeña a ver las gallinas y las vacas, dentro del predio.
Acusado
En el juicio oral Águila declaró, oportunidad en que dijo haber quedado sorprendido cuando se enteró que lo habían denunciado por abuso. En la PDI le leyeron la declaración de la menor, dando cuenta pormenorizadamente de los abusos, pero manifestó que eso no fue así.
Para los jueces las pruebas incriminan al acusado, contra las expresiones de la menor y corroborados por los dichos de la perito psicólogo Marcela Santander Oróstica, además de otros testigos.
En cuanto al daño que sufrió la niña por los abusos, los profesionales establecieron “indicadores de ira, malestar, enojo, cambios bruscos de ánimo; conductas sexualizadas tanto en el colegio como en el hogar, que son concluyentes de traumas en el ámbito sexual”.
La madre de la víctima entregó su testimonio en el juicio, confirmando que el acusado es el padrastro de su pareja, que lo conoce desde hace aproximadamente siete años y que el acusado conoce a su hija desde que ésta tenía aproximadamente tres años de edad. Ella se entera de lo sucedido un día que estaban en la casa de su suegra y el acusado se ofrece llevarlos en auto. Al bajar, vio que Miguel le tocaba el trasero a la niña y en la casa le preguntó por esto. Ahí le contó llorando que cuando iban a buscar las vacas le bajaba los pantalones y le hacía lo mismo.
Marcelino
Miguel Águila fue noticia nacional, producto de la tragedia que sufrió en enero de 1993, cuando salió a cazar con dos de sus hijos y uno de ellos, Marcelino Águila, de 8 años de edad, se perdió y 20 días después fue encontrado muerto sobre unas rocas del Río Las Minas, por la parte posterior del Cerro Mirador.
Verdadera conmoción produjo este hecho en Punta Arenas. La población civil, militar y policial se unió durante varios días en torno a intensos operativos de búsqueda del menor. Incluso, en un momento los comentarios de la gente vincularon al padre con la desaparición y muerte del niño, pero el mismo Miguel Águila desmintió categóricamente tales aseveraciones.
El comentario de la calle era que algo ocultaba, ya que no podía ser que si salió junto a su hijo, éste desapareciera de la nada y luego fuera encontrado sin vida.