Las bencinas y las teorías de conspiración

General
04/01/2014 a las 12:45
Uno de los casos más emblemáticos es el del estadounidense Stanley Meyer, quien en la década del ‘80 produjo una solución en base a agua. Vivió bajo amenazas y demandas. Finalmente, terminó perdiendo la vida. Aquí su historia... “Cuando tengas un invento revolucionario, antes de pensar a quién beneficia, piensa en el poder que tiene a quién perjudica”, Alberto Vázquez Figueroa.

Se imagina que nuestros autos no utilizaran combustible y sólo fuera necesario cargarlos con agua.
Dicen que ese sueño pudo ser realidad. Al menos así lo dice un mito que tiene que ver con una de tantas teorías de conspiración que tanto gusta a españoles y estadounidenses.
A lo mejor el nombre de Stanley Meyer le diga poco o nada. Sin embargo, para quienes lo conocieron aseguran que se trataba de un genio, esos que de tarde en tarde en tarde sorprenden con algún invento o descubrimiento notable.
Eso pasó en este caso. Meyer inventó un sistema que utilizaba agua como combustible en un motor de explosión interna convencional. Aquello era la resultante de tres décadas de intenso trabajo, que vio el éxito en la década de los años ’80 y que tuvo su primer desafío al mundo el 1985, cuando demostró que su auto era capaz de recorrer (en una carrera en Australia) 1.800 millas sin presentar problemas.
De ahí todo fue rápido. El inventor, ex funcionario de la NASA, fue requerido por medios de comunicación de todo el mundo para presentar su revolucionaria idea, la misma que a principios de los ’90 iría hacia su fase final de pruebas en coches, aviones y calderas.
El propio Stanley Meyer explicaría en 1985 que el método consistía en el uso de un dispositivo en el interior de un motor de combustión que producía hidrógeno y oxígeno de agua, usando electricidad, bajo los principios de la llamada electrólisis del agua.
En 1993 patentó su sistema, fue destacado como el inventor del año y se le reconoció como el segundo del siglo, detrás de Edison.
El Pentágono puso los ojos en él, la CIA hizo lo propio, mientras Meyer preparaba la producción masiva que evitaría los futuros dolores de cabeza de los consumidores y asestaría un duro golpe al imperio petrolero.
Nada de esto ocurrió. Comenzaron las amenazas anónimas en su contra y las ofertas de grandes corporaciones por comprarle su invento. Además, dos sujetos lo acusaron de estafa. Meyer siguió adelante haciendo oídos sordos.
En medio de este escenario vendría lo impensado. El inventor de 57 años comía en un restaurante de Ohio junto a su familia, una tarde de marzo de 1993. De pronto, se levantó gritando que lo habían envenenado. Corrió hacia el estacionamiento, con el rostro lleno de terror. Cayó muerto a escasos metros de su vehículo. Los médicos dijeron que había sido un aneurisma.
Sus familiares denunciaron luego que tanto sus equipos como su vehículo experimental le habían sido robados.
Hoy el desmedido alza de las bencinas ahoga a los consumidores, a quienes no les queda más alternativa que rendirse ante las poderosas compañías petroleras. ¿Y si fuera agua la que alimentara a nuestros vehículos? Tenga por seguro que se la arreglarían para que este recurso caído del cielo valiera igual o más.

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