
Manu, como le conocía toda la profesión, pasó los últimos años de su vida recluido en su casa de Brihuega (Guadalajara), enfermo y cansado, entre sus libros y sus recuerdos y en la memoria de todos sus compañeros.
Ganó todos los premios periodísticos posibles (Premio Nacional, Premio Cirilo, Premio Ortega y Gasset, Medalla de la Orden Constitucional). Sin embargo, su principal legado son los cientos de periodistas que aprendieron el oficio con él o con sus artículos, que heredaron una forma cosmopolita y abierta de contemplar el reporterismo. Decía, orgulloso, que El camino más corto, su obra maestra en la que relataba una vuelta al mundo en coche, había desatado decenas de vocaciones periodísticas. Nada más cierto.
Desde muy pronto comprendió que su universo informativo no estaba en la España franquista, en las carreras delante de los grises, sino en el Tercer Mundo, en el momento de las guerras postcoloniales, pero también en el nacimiento de decenas de países. Era un mundo lleno de optimismo, de fuerza aunque también de tragedias y Manu lo contó como nadie.
Viajó por los cinco continentes, a decenas de conflictos, desastres, elecciones. A través de sus crónicas pueden seguirse los principales acontecimientos del siglo XX, desde la guerra de Vietnam o los conflictos indopaquistaníes, hasta las guerras yugoslavas, la caída de la URSS o la primera guerra del Golfo. Solo la enfermedad le obligó a quedarse en casa. Manu se perdió la revolución digital pero en 1992 cuando recibió el premio Ortega y Gasset, que otorga este diario, ya hizo una reflexión totalmente vigente sobre los cambios que empezaba a sufrir la profesión. “Los de la galaxia Gutenberg debemos aprender en estos tiempos a ajustar el tiro, porque la televisión en directo lo ha trastornado todo... ¿Para qué repetir lo que ya se ha visto por la CNN? Cada vez pasan más siglos entre la retransmisión de la CNN y tu artículo en el periódico, y no digamos, en la revista. Hay que decir adiós a la narración escenográfica de los hechos, escudriñar allí donde los objetivos de la televisión no llegan, describir antecedentes y consecuentes, atmósferas, ambientes secretos”.
Con motivo del 25 aniversario del premio Cirilo Rodríguez, Manu Leguineche, ya muy enfermo, recibió un homenaje de sus compañeros de profesión como el indiscutible jefe de la tribu. Dijo una gran frase: “Estoy aquí para demostrar que todas las guerras se pierden”. Solo espero que la eternidad sea una interminable vuelta a un mundo en paz (aunque lleno de aventuras). O, incluso mejor, una larga partida de mus en La Alcarria.
Por Guillermo Altares, Diario El País, Madrid