
Al hilo de lo anterior, por ejemplo, la reciente aclaración de Benedicto XVI me parece muy oportuna: la Iglesia no es un poder político. Sin embargo, puede ser una fuerza necesaria en un momento dado, para que el ser humano pueda percibir la verdad que busca en su fuero interno, puesto que esta capacidad de discernimiento está a menudo obstaculizada por intereses particulares, por sectarismos, que nos impiden vernos por dentro. Precisamente, porque las religiones, todas ellas, no son parte política, pueden favorecer la búsqueda de otros horizontes a la luz de la espiritualidad, haciendo hablar a la razón, un lenguaje preciso y necesario, puesto que a tenor de la idea kantiana, todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en el raciocinio.
En otra época cohabitaban fuerzas que a mi juicio han perdido valor, que no valía. La fuerza de los literatos es una clara prueba. La literatura ha dejado de interesar como combate y tampoco puede ser un poder político; puesto que, lo que engendra, es una llamada a la autenticidad, al ingenio. La idea cervantina de que la pluma es la lengua del alma impide cualquier contaminación partidista. Andrés Sorel, director de República de las Letras, órgano de la Asociación Colegial de Escritores de España, con buen criterio en la revista núm. 111 de febrero 2009, se interroga sobre si ¿agoniza la literatura? Su apreciación es tan interesante como verídica. Es cierto, servidor también lo piensa así, que el pensamiento, la imaginación y el lenguaje, cada vez, en cambio, ocupan menos espacio en la discusión y el análisis. Y lo que es peor, también en los programas curriculares de nuestros escolares.